la hoguera y la luna

camino de Finisterre


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VI A LOS NIÑOS SIN PIERNAS E INVENTE EL FUTBOLIN “Vi a los niños cojos...e inventé el futbolín”Tengo 85 años. Nací en Finisterre, en Galicia. Hubiera querido serarquitecto, pero he sido editor y escribo versos... En 1937, enMontserrat, inventé el futbolín. Estoy casado con María Herrero,cantante de ópera.Tuve un hijo, Alejandro, que murió. Soy cristiano. Soy idealista práctico: ¡conseguiremos un día no tener gobiernos!Poético apellido: Finisterre.–En Finisterre, fin de la tierra, principió mi vida. Por eso loadopté como pseudónimo. Mis apellidos son Campos Ramírez.–¿Y querría acabar su vida allí? –“Cuando vaya a dar a luz, echadme a lamar: quiero dar a luz estrellas de mar. Soy de Finisterre, soy marino, echadme a la mar ensubmarino de pino de Finisterre (sin pintar),¡echadme a la mar!”.–Anotado queda. ¿Es suyo el poema?–Sí. He ido escribiendo algunos versos...–Bueno, es usted un poeta respetado...–Yo hubiese querido ser arquitecto..., pero no fue posible. Sí fui albañil, eso sí.–¿Albañil?–Tuve que ganarme la vida cuando mi padre me abandonó en Madrid, a los 15 años...–¿Y por qué le abandonó su padre?–Yo era el mayor de diez hijos. Me llevó interno a un colegio de Madrid, se arruinó... y todos se fueron de Galicia a Canarias.–¿Sin recogerle a usted de Madrid?–Eso. Y como mi padre no podía pagar mi colegio, decidí: “Escribiré un drama teatral, lo estrenaré y con eso arreglaré mi vida”.–¿Lo escribió?–Se titulaba Helena, un dramón terrible...Pero no se estrenó... ¡En el Madrid de entonces todos teníamos ese mismo plan...! Trabajé como albañil en una obra y, en los descansos, escribía. El maestro de obras me vio escribir y me invitó a cenar a su casa para presentarme a su hijo, “que es poeta”, dijo.–¿Y era así? ¿Se hicieron ustedes amigos?–Sí. Se llamaba Rafael Sánchez Ortega.Decidimos hacer juntos una revista de poesía, pero entonces hubo una huelga y su padre quedó en paro, y yo también. Era 1935.–¿Cómo se las apañó usted?–Vendiendo versos por los cafés. Entonces topé con un célebre sablista, Pedro Luis de Gálvez, que me propuso un negocio.–¿Un célebre sablista, dice?–Sí. Llegó a alquilar un bebé muerto, lo metió en una caja de zapatos y paseaba por los cafés, lloroso: “Mi hijo, no tengo ni para enterrarle...”, y así le iban dando dinero...–Menuda pieza...–Gálvez me dijo que tenía las direcciones de varios escritores famosos a los que podría visitar con mis poemas. Si me daban algo, lo repartiríamos. Me dio la señas de Wenceslao Fernández Flores, ¡y aceptó recibirme!–¿Y funcionó el negocio?–Conversamos sobre escritores gallegos y hasta resultó que de niño él había estudiado en un colegio de un tío mío. Se quedó mis versos y me dio un sobre ¡con 200 pesetas!–¿Le dio usted su parte a Gálvez?–Sí: al ir a su encuentro pasé ante una imprenta que pedía aprendiz. Era de un impresor de la UGT ¡y gallego! Y me empleó.–Veo que funcionaba la mafia gallega...–Yo estaba exultante: ya tenía trabajo y los domingos ganaba dinero visitando a escritores con mis poemas. Y con ese capital fundamos nuestra revista de poesía en 1936.–Con su amigo Rafael Sánchez Ortega.–Sí. Habíamos fundado la Asociación Internacional de Idealistas Prácticos y a nuestra revista la llamamos Paso a la juventud.–¿Idealistas prácticos?–Un anarquismo idealista, pacifista. ¡Hace poco oí a una líder de los verdes alemanes decir que eran “idealistas pragmáticos”...!–¡Se adelantaron ustedes medio siglo!–¡Sí! Sólo pudimos sacar cuatro números de nuestra revista: la guerra la interrumpió.–¿Y qué hizo usted durante la guerra?–Poesía. Llegó a Madrid León Felipe, le montamos un recital poético, simpatizó con nosotros... Pero un día cayó una bomba en casa y quedé sepultado entre los escombros.–¿Quedó muy malherido?–Sí: cojo y con problemas respiratorios. Me evacuaron a Barcelona, a la colonia Rius, en Montserrat. Allí iban llegando refugiados de guerra, mujeres y muchos niños heridos: un amigo y yo les organizamos una escuela.–Siempre activismo cultural...–¡Allí inventé el futbolín! Era el año 1937.–Cuénteme cómo fue eso del futbolín.–Me gustaba el fútbol, pero yo estaba cojo y no podía jugar... Y, sobre todo, me dolía ver a aquellos niños cojitos, tan tristes porque no podían jugar al balón con los otros niños... Y pensé: “Si existe el tenis de mesa, ¡también puede existir el fútbol de mesa!”.–Buena idea, desde luego.–Conseguí unas barras de acero y un carpintero vasco refugiado allí, Javier Altuna,me torneó los muñecos en madera de boj...–Que es muy dura...–Sí. La caja de la mesa la hizo con madera de pino, creo, y la pelota con buen corcho catalán, aglomerado. Eso permitía buen control de la bola, detenerla, imprimir efectos...–Inventó el juego... ¡y la forma de jugar!–Jugué bien, sí... Pero aquellos niños cojitos... ¡Ellos sí se convirtieron en virtuosos!–¿Qué fue de su vida al acabar la guerra?–Me exilié en París, Guatemala (allí fabriqué futbolines), México... Escribía poesía y ya volví a España en 1975 como editor.–También en el futbolín hay poesía.–“Quise jugar con la luna al fútbol, darle un cabezazo y meterle un gol al sol... Y, al fin, hoy ya no puedo ni jugar al futbolín”.–Pues yo le veo a usted la mar de bien...–No me quejo, porque yo me creo parte de la creación ¡y la creación es inmortal!–¿Y qué aporta la poesía a la creación?–Dijo Cocteau: “La poesía es necesaria. No sé para qué, pero es necesaria”. Porque anhelamos mejorar lo que nos encontramos.–Y a menudo lo empeoramos... –Pero yo creo en el progreso: hay un impulso humano hacia la felicidad, la paz, la justicia y el amor, ¡y ese mundo un día llegará!VICTOR-M. AMELA