Reflexiones cristianas evangelicas | Un matrimonio feliz comienza por aceptar la salvación de Dios
Por Zhui Qiu, Malasia
Yo soy esteticista y mi esposo, agricultor; nos conocimos en Malasia en un lanzamiento de naranjas por San Valentín, una tradición para las mujeres que tratan de encontrar el amor. Un año después nos casamos ante un pastor en una iglesia. Me emocionó profundamente la oración del pastor por nuestro matrimonio y, aunque no era religiosa, imploré a Dios en silencio: “Que este hombre me quiera y cuide sin vacilaciones y me acompañe el resto de mi vida”. Tras iniciar nuestra vida de casados surgieron uno por uno los conflictos entre mi marido y yo. Cada madrugada él salía de casa a las 4 para vender verdura y no volvía hasta pasadas las 7 de la tarde, pero yo no salía de trabajar hasta después de las 10 de la noche. Pasábamos muy poco tiempo juntos. Cada vez que volvía a casa arrastrándome de agotamiento, tenía muchas esperanzas de recibir el cariño, el cuidado y la comprensión de mi esposo; quería que me preguntara qué tal el trabajo, si estaba contenta o no. Sin embargo, para mi decepción, prácticamente siempre que llegaba a casa de trabajar, si no estaba mirando la televisión, estaba pasando el rato con el teléfono, y a veces ni se molestaba en saludarme. Simplemente era como si yo ni siquiera existiese. Eso me desanimaba mucho y mi insatisfacción con mi marido iba en aumento. Una vez tuve un desacuerdo con un cliente y estaba muy irritada y ofendida. Cuando llegué a casa me desahogué con mi marido con la esperanza de que me consolara, pero, para mi sorpresa, mientras jugaba en el teléfono apenas me respondió ni prestó atención. Luego bajó la cabeza y directamente volvió al teléfono. Su total indiferencia hacia mí me molestó mucho, así que me acerqué a él y le grité: “¿Eres de piedra? ¿Ni siquiera puedes tener una charla? ¿Te importa alguien?”. Viéndome tan enojada, se negó a responderme. Cuanto más callaba él, más me enojaba yo. Lo regañé una y otra vez, absolutamente decidida a hacerle hablar. Inesperadamente, de pronto me gritó: “¿No has hablado bastante ya?”. Esto me enojó y ofendió aún más, por lo que seguí tratando de razonar con él. Al final, sencillamente se negó a decir absolutamente nada, por lo que la discusión prácticamente había terminado. En otra ocasión me quejé a mi marido de algo que me molestó en el trabajo, creyendo que trataría de hacerme sentir mejor, pero, por el contrario, me respondió abruptamente y con total frialdad: “Dos no riñen si uno no quiere. No ves más que los problemas de los demás; ¿por qué no te miras a ti misma?”. Al instante tuve un arranque de genio y no pude evitar decirle cuatro verdades. Llena de resentimiento, pensé: “¿Qué clase de persona es? ¿Por qué me casé con alguien así? ¡No tiene la menor consideración por mis sentimientos y ni una sola palabra de consuelo para mí!”. A partir de ese momento dejé casi por completo de compartir con él lo que sucediera en el trabajo. Más adelante, en algún momento trató de preguntarme al respecto, pero nunca me apetecía hacerle caso. Poco a poco dejó de preguntarme por las cosas. Cada vez teníamos menos temas comunes de conversación y, cuando me pasaba algo frustrante, buscaba a algún amigo que me prestara atención. A veces me quedaba hasta tarde hablando con alguien y me iba a casa después de medianoche. Ni siquiera cuando llegaba a casa tan tarde parecía importarle, sino que se limitaba a decirme que yo me tomaba la casa como un hotel. Estaba muy molesta y mi insatisfacción con mi marido crecía, lo que nos llevaba a reñir por tonterías y a discutir con mucha frecuencia. Ambos sufríamos. Como no quería que las cosas siguieran así, decidí buscar la ocasión de tener una buena charla con él. Un día le pregunté después de cenar: “En realidad no me soportas, ¿verdad? ¿Por qué nunca me prestas atención? Si tienes algún problema conmigo, dímelo directamente”. Como no me respondía ni palabra, continué. Sorprendentemente, me gritó, irritado: “¡Deja de hacerme todas estas preguntas! Todo es un problema contigo. ¡Estoy harto!”. Recibir de él esa clase de respuesta suscitó mi enojo y nos pusimos a discutir reiteradamente otra vez. Así seguimos un rato hasta que se levantó y me dio un empujón; perdí el equilibrio y caí sobre el sofá. Ver que mi marido me levantaba la mano fue absolutamente desgarrador. Pensé: “¿Este es el marido que elegí tan a conciencia? ¿Este es el matrimonio en el que tenía tantas esperanzas? ¿Cómo ha podido tratarme así?”. A partir de ese momento ya no puse ninguna esperanza en él. En abril de 2016, por casualidad, una hermana compartió conmigo el evangelio del Señor Jesús. Me dijo que el Señor nos ama y fue crucificado para salvarnos. El amor del Señor me conmovió de veras, por lo que acepté Su evangelio. Cuando más adelante le hablé a mi pastor de los problemas de mi matrimonio, me comentó: “No podemos cambiar a nadie más si primero no cambiamos nosotros. Debemos seguir el ejemplo del Señor Jesús y practicar la tolerancia y la paciencia con los demás”. Así pues, comencé a intentar cambiar. En cuanto salía del trabajo me iba a casa para limpiarla y, a veces, cuando mi esposo me ignoraba y yo estaba a punto de perder los estribos, oraba al Señor para pedirle tolerancia y paciencia. En los momentos en que no podía controlarme y me ponía a discutir con mi marido, después procuraba ser la primera en esforzarme por suavizar las cosas. Al ver los cambios que habían tenido lugar en mí, también mi esposo comenzó a creer en el Señor. Una vez que ambos creímos, discutíamos menos a menudo y nos comunicábamos más. Estaba llena de gratitud hacia el Señor tras contemplar Su salvación personal para con nosotros. Sin embargo, el tiempo iba pasando y seguíamos siendo incapaces de controlar nuestro humor. A veces aún estallaban disputas domésticas y, sobre todo cuando la otra persona estaba de mal humor, ninguno de nosotros era capaz de practicar la tolerancia y la paciencia, así que las peleas eran cada vez más encarnizadas. Mi corazón estaba cargado de dolor tras cada discusión y oraba al Señor: “Señor, Tú nos enseñas a ser tolerantes y pacientes, pero parece que yo no puedo. Cuando veo a mi marido hacer algo que no me gusta, me siento muy contrariada con él. Señor, ¿qué debo hacer?”. Posteriormente comencé a ir a todas las clases organizadas por la iglesia con la esperanza de encontrar una senda de práctica, pero no obtuve lo que esperaba de ellas. Pedí ayuda al líder del grupo, quien simplemente me dijo: “También mi esposa y yo discutimos con frecuencia. Hasta Pablo dijo ‘Porque yo sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita nada bueno; porque el querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no’ (Romanos 7:18). Nadie tiene una solución a nuestro problema de pecar y confesar de forma cíclica y constante. Lo único que podemos hacer es orar al Señor para pedirle misericordia”. Al oírlo me quedé sin saber qué hacer. ¿Estábamos condenados a pasar el resto de nuestra vida sumidos en un conflicto? En marzo de 2017, mi marido, que siempre había sido taciturno, se convirtió de repente en un animado conversador. Además, solía hablarme de lo que entendía de las escrituras y lo que más me asombraba era que aquello de lo que me hablaba estaba verdaderamente lleno de luz. Estaba desconcertada; era como si de pronto se hubiera convertido en otra persona y las cosas que decía eran muy profundas. Realmente quería saber qué estaba pasando. Un día descubrí por casualidad que era miembro de un grupo en una red social y sin más dilación le pregunté de qué hablaba con ellos. Con rostro serio, me dijo que estaba estudiando la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, que el Señor Jesús ya había regresado y que se llamaba Dios Todopoderoso. Afirmó que Dios Todopoderoso ya había declarado millones de palabras y que estaba realizando la obra de juicio y purificación de la humanidad en los últimos días. También me dijo que aquello cumplía esta profecía bíblica: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” (1 Pedro 4:17). Mi esposo me señaló que al buscar la aparición y obra de Dios tenemos que centrarnos en oír Su voz, en lugar de aferrarnos ciegamente a nuestras nociones y fantasías. Si no buscamos la verdad, sino que esperamos pasivamente la revelación de Dios, no podremos recibir el regreso del Señor. Al oírlo me quedé anonadada y me pareció inconcebible. Luego pensé que en una ocasión había oído afirmar a un pastor indio que si alguna vez oíamos hablar del regreso del Señor, debíamos buscarlo con el corazón abierto y estudiarlo en serio; que no podíamos ampararnos en nuestras nociones y fantasías y sencillamente juzgarlo a ciegas. Así pues, oré al Señor: “Señor, si Dios Todopoderoso es en verdad Tu regreso, por favor, guíame y oriéntame para que busque la verdad e investigue este asunto con el corazón abierto. Si no, te ruego que protejas mi corazón para que no me aparte de Ti. ¡Amén!”. Después de orar abrí la Biblia y vi lo siguiente en Apocalipsis 3:20: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo”. Tuve un repentino momento de inspiración y sentí que el Señor me estaba hablando para decirme que, cuando regresara, llamaría a mi puerta; sentí que me mandaba estar atenta a Su voz y abrir la puerta. Era como las vírgenes prudentes de la Biblia, que se apresuraron a recibir al novio cuando oyeron su voz. Entonces me acordé de Juan 16:12-13: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar. Pero cuando Él, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir”. Meditando estos versículos de las escrituras brotó en mí un sentimiento de emoción. Me di cuenta de que el Señor nos había dicho hacía mucho tiempo que a Su regreso declararía más palabras y nos otorgaría la verdad. Y la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días es la obra de la manifestación de palabras que juzgan y purifican a la humanidad; ¿realmente es Dios Todopoderoso el Señor Jesús retornado? Si en verdad el Señor ha regresado y expresado verdades que resuelven todas las dificultades de la humanidad, hay esperanza de que escapemos de las ataduras del pecado. Por tanto, ¿no podrían resolverse los problemas entre mi esposo y yo? Sin pérdida de tiempo, le pedí a mi marido que me pusiera en contacto con los hermanos y hermanas de la Iglesia de Dios Todopoderoso; yo también quería estudiar la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. En una reunión, unos hermanos y hermanas de la Iglesia de Dios Todopoderoso seleccionaron algunos versículos bíblicos para enseñarme varios aspectos de la verdad, tales como la forma de regresar del Señor, Su nuevo nombre y la obra que realizará. Sus enseñanzas eran sumamente convincentes y toda una novedad para mí. Tenía muchas ganas de conocer mejor la obra del Señor de los últimos días, así que oré a Dios una y otra vez para pedirle esclarecimiento para entender las palabras de Dios. Leyendo las palabras de Dios y escuchando las enseñanzas de los hermanos y hermanas, poco a poco fui comprendiendo el objetivo de Dios en Su gestión de la humanidad, las tres etapas de Su obra para salvarla, el resultado y el destino del género humano. Mientras estudiaba la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, aún no podía evitar reñir con mi esposo por pequeñeces. Luego me sentía muy culpable y disgustada y me preguntaba: “¿Por qué nunca soy capaz de poner en práctica las palabras de Dios?”. Esto me dejaba perpleja. En cierta ocasión le pregunté a una hermana en una reunión: “¿Por qué mi marido y yo siempre estamos discutiendo? ¿Por qué no podemos llevarnos bien?”. Ella me buscó un par de pasajes de las palabras de Dios: “Antes de que el hombre fuera redimido, muchos de los venenos de Satanás ya fueron plantados dentro de él. Después de miles de años de corrupción de Satanás, el hombre ya tiene dentro de sí una naturaleza que resiste a Dios. Por tanto, cuando ha sido redimido, no es nada más que una redención en la que se le ha comprado por un alto precio, pero la naturaleza venenosa de su interior no se ha eliminado. El hombre que está tan inmundo debe pasar por un cambio antes de ser digno de servir a Dios. Por medio de esta obra de juicio y castigo, el hombre llegará a conocer plenamente la esencia inmunda y corrupta de su interior, y podrá cambiar completamente y ser purificado. Sólo de esta forma puede ser el hombre digno de regresar delante del trono de Dios” (‘El misterio de la encarnación (4)’ en “La Palabra manifestada en carne”). “Aunque Jesús hizo mucha obra entre los hombres, sólo completó la redención de toda la humanidad, se convirtió en la ofrenda por el pecado del hombre, pero no lo libró de su carácter corrupto. Salvar al hombre totalmente de la influencia de Satanás no sólo requirió a Jesús cargar con los pecados del hombre como la ofrenda por el pecado, sino también que Dios realizara una obra mayor para librar completamente al hombre de su carácter, que ha sido corrompido por Satanás. Y así, después de que los pecados del hombre fueron perdonados, Dios volvió a la carne para guiar al hombre a la nueva era, y comenzó la obra de castigo y juicio, que llevó al hombre a una esfera más elevada. Todos los que se someten bajo Su dominio disfrutarán una verdad más elevada y recibirán mayores bendiciones. Vivirán realmente en la luz, y obtendrán la verdad, el camino y la vida” (‘Prefacio’ en “La Palabra manifestada en carne”). Luego compartió la siguiente enseñanza: “En el principio, Adán y Eva vivían felices ante Dios en el jardín del edén. No había discusiones ni sufrimiento. Sin embargo, tras hacer caso a la serpiente y comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, se distanciaron de Dios y lo traicionaron, con lo que perdieron Su cuidado y protección y vivieron bajo el poder de Satanás. Comenzaron entonces los días de tristeza y sufrimiento. Así ha sido hasta ahora y Satanás nos ha corrompido cada vez más a fondo. Rebosamos un carácter corrupto y satánico; todos somos sumamente arrogantes, egoístas, mentirosos y caprichosos. Somos egocéntricos en todo y siempre queremos que los demás nos hagan caso. Por eso la gente se pelea y se mata. Ni los padres y los hijos, ni los maridos y mujeres, tienen tolerancia y paciencia mutuas y no son capaces de llevarse bien; carecemos incluso de la conciencia y el razonamiento más básicos. Aunque el Señor Jesús nos ha redimido, aunque le oramos, confesamos, nos arrepentimos y trabajamos arduamente para ceñirnos a las enseñanzas del Señor, aún no podemos evitar pecar y oponernos a Dios. Esto se debe a que el Señor Jesús únicamente realizó la obra de redención de la humanidad, no la de su salvación y purificación completas. Aceptar la salvación del Señor Jesús simplemente significa que ya no pertenecemos al pecado y que tenemos la oportunidad de presentarnos ante el Señor en oración para recibir Su misericordia y el perdón de los pecados. No obstante, nuestro carácter corrupto no se ha purificado. Nuestra naturaleza pecaminosa continúa hondamente arraigada en nosotros; aún nos hace falta que Dios regrese en los últimos días para realizar la etapa de Su obra consistente en la purificación y transformación de la humanidad, con la que resolverá el problema de nuestra naturaleza pecaminosa. Ahora Dios se ha hecho carne una vez más para expresar las palabras con las que realiza la obra de juicio y purificación, a fin de salvarnos completamente de nuestro carácter corrupto y permitir que escapemos de la influencia de Satanás y nos salvemos plenamente. Siempre y cuando vayamos al compás de la nueva obra de Dios, aceptemos el juicio y castigo de Sus palabras, busquemos la verdad y pongamos en práctica Sus palabras, nuestro carácter corrupto se irá transformando. Esa es la única manera en que podremos vivir con verdadera semejanza humana y solo entonces podremos conseguir la armonía en nuestra relación con los demás”. Por fin me di cuenta, gracias a las palabras de Dios y las enseñanzas de esta hermana, de que vivíamos constantemente pecando y luego confesando porque, aunque el Señor Jesús había realizado la obra de redención de la humanidad, solamente nos había perdonado nuestros pecados como creyentes; nuestra naturaleza pecaminosa interna, sin embargo, todavía estaba muy hondamente arraigada y nuestro carácter satánico no se había purificado. Un ejemplo perfecto era mi intención de practicar la paciencia y la tolerancia según las enseñanzas del Señor, pero en cuanto mi esposo decía o hacía algo que no me gustaba, no podía evitar perder el control. No sabía refrenarme en ninguna circunstancia. Sin la obra de salvación de Dios es imposible que nos despojemos de nuestro corrupto carácter satánico nada más que con nuestro esfuerzo. Ahora Dios se ha encarnado una vez más para venir a llevar a cabo la obra de juicio y purificación de la humanidad. Al aceptar la nueva obra de Dios y buscar realmente la verdad, tenemos la oportunidad de lograr una transformación de carácter. Estaba muy conmovida y agradecida por la misericordia del Señor, que me había permitido oír Su voz. Sin embargo, seguía sin tenerlo todo claro: sabía que Dios había venido esta vez a pronunciar palabras para purificarnos y transformarnos, pero ¿cómo pueden unas palabras juzgar y purificar nuestro carácter corrupto? Por ello, le expliqué mi confusión. La hermana me leyó otro pasaje de palabras de Dios: “En los últimos días Cristo usa una variedad de verdades para enseñar al hombre, para exponer la esencia del hombre y para analizar minuciosamente sus palabras y acciones. Estas palabras comprenden verdades diversas tal como: el deber del hombre, cómo el hombre debe obedecer a Dios, cómo debe ser leal a Dios, cómo debe vivir una humanidad normal, así como también la sabiduría y el carácter de Dios, y así sucesivamente. Todas estas palabras son dirigidas a la esencia del hombre y a su carácter corrupto. En particular, las palabras que exponen cómo el hombre desdeña a Dios con relación a cómo el hombre es una personificación de Satanás y una fuerza enemiga contra Dios. Al emprender Su obra de juicio, Dios no deja simplemente en claro la naturaleza del hombre con sólo unas pocas palabras; la expone, la trata y la poda a largo plazo. Estos métodos de exposición, de trato y poda, no pueden ser sustituidos con palabras ordinarias, sino con la verdad que el hombre no posee en absoluto. Sólo los métodos de este tipo se consideran juicio; sólo a través de este tipo de juicio puede el hombre ser doblegado y completamente convencido de la sumisión a Dios y, además, obtener un conocimiento verdadero de Dios. Lo que la obra de juicio propicia es el entendimiento del hombre sobre el verdadero rostro de Dios y la verdad sobre su propia rebeldía. La obra de juicio le permite al hombre obtener mucho entendimiento de la voluntad de Dios, del propósito de la obra de Dios y de los misterios que le son incomprensibles. También le permite al hombre reconocer y conocer su esencia corrupta y las raíces de su corrupción, así como descubrir su fealdad. Estos efectos son todos propiciados por la obra de juicio, porque la esencia de esta obra es, en realidad, la obra de abrir la verdad, el camino y la vida de Dios a todos aquellos que tengan fe en Él. Esta obra es la obra de juicio realizada por Dios” (‘Cristo hace la obra de juicio con la verdad’ en “La Palabra manifestada en carne”).