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« Junto a ella.

baile

Post n°33 pubblicato il 26 Febbraio 2009 da viajera67

El baile:

Despertó a las seis de la tarde, volteó en sus sábanas, le daba pereza salir de la cama pero había quedado con sus amigos para la gran fiesta de fin de año. No tenía ganas de pasar toda la noche tomando copas y bailando, fingiendo estar mejor de lo que se sentía. Quería quedarse en la cama, leer un libro, no pensar en su vida.

Los balances nunca le habían cuadrado. Se acordó de una canción de Ornella Vanoni que escuchaba en un carro viajando por el sur de Italia, “mañana es otro día”, en aquel entonces era feliz, miraba las torres sarracenas, la belleza del paisaje, una foto a Santa María de Leuca, en el punto que marca el encuentro entre el Adriático y el Tirreno, frente a Grecia y la Albania, encima de África.

Allí estaba, paseando por las blancas callejuelas de Otranto y de Gallipoli, una fiesta popular, las mujeres enloquecidas con el baile de la tarántula, quería quedarse con ellas, mover su cuerpo hasta desmayarse, sentirse una salvaje, bailar, amar y reírse hasta perder la noción del tiempo y del espacio.

Pero tenía que regresar a su mundo, esto lo sabía, ponme la Vanoni anda, mañana cuadraré mis cuentas.

Había cogido un avión y había regresado a su vida de siempre, su plata, sus amigos, su trabajo en la universidad. Esto le daba equilibrio, no podía negarlo. Una linda casa en el centro de Madrid, unas copas el domingo al rastro, unas noches locas en el barrio de Chueca.

Miró el reloj: casi las siete y todavía no tenía ganas de salir de su cama. Prendió un pitillo, miró el techo, se sentía bien, ¿cómo negarlo?, Pensaba viajar a las Maldivas durante las próximas vacaciones, todo organizado, of course, el horario de salida y de llegada, las excursiones en la playa, las noches en las discos de ambiente.

Tal vez tanta felicidad le daba miedo, la vida pasa factura, si no tienes lo que deseas te sientes vacía. Siete y veinte, segundo pitillo y ninguna ganas de levantarse.

Hacía un siglo que no le escribía, no sabía nada de ella, donde estaba, como vivía, una despedida solícita al aeropuerto de Roma, miedo, deseo y ganas de no volver atrás. Pero ahora que estaba donde estaba extrañaba el agua cristalina del mar de Gallipoli.

Un cuarto para las ocho, ojeó uno de sus cajones tirado al suelo: su tesis doctoral, los deplians de las Maldivas, una invitación para una charla a Granada; todo excepto lo que más le importaba.

Cogió el teléfono y marcó un número, ¿qué estaba buscando con aquella llamada? No lo sabía ni le importaba saberlo. Oyó una voz y colgó. “¿Pronto?”, un día este pronto la hubiera hecho volar, ahora no sabía donde ponerlo en su vida. ¿Qué le acordaba aquella voz? No quiso averiguarlo.

Entró en la ducha y se miró al espejo. Una crema para las arrugas, otra para el pelo, esmalte para uñas. “¿Pronto?” ¿Qué hubiera sido de su vida si no hubiera cogido aquel avión? Las nueve y vente, un par de zapatillas y a bajar a buscar a su gente.

Una llamada para confirmar su llegada y unos vente minutos libres para pasear por Madrid. Se acercó al barrio de Lavapies, un barrio pobre, lleno de inmigrantes, casi le daba miedo entrar allí. Aquello había sido su barrio, había pasado allí las mejores tardes de su vida. La filmoteca de Santa Isabel, La terrazas de Argumosa, un portal lleno de sueños en la calle Cabeza.

Las cuentas empezaban a cuadrarle con unas arrugas más y unos sueños menos. Cogió un taxi y se dirigió al barrio de Chueca. Madrid repleta de gente, vente para las doce, iba a llegar tarde y poco le importaba. En Buenos Aires eran las tres de la tarde,¿qué estará haciendo? todavía a tiempo para volver a llamarla. ¿y para decirle qué? Habían cambiado tantas cosas desde entonces, deseaba verla y al mismo tiempo necesitaba huir de su mirada. Mejor quedarse con el recuerdo.

Volteó y miró el reloj. Eran casi las nueve y todavía seguía en su cama. Había soñado algo raro, estaba turbada y no sabía explicarse el por qué.

 
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