Palabra de Dios | La diferencia entre el ministerio del Dios encarnado y el deber del hombre

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Palabra de DiosLa diferencia entre el ministerio del Dios encarnado y el deber del hombre

Vosotros debéis llegar a conocer la visión de la obra de Dios y captar la dirección general de Su obra. Esta es la entrada de una manera positiva. Una vez que domines con precisión las verdades de la visión, tu entrada estará segura; no importa cómo cambie Su obra, permanecerás firme en tu corazón, estarás claro sobre la visión y tendrás una meta para tu entrada y tu búsqueda. De esta manera, toda la experiencia y el conocimiento que haya dentro de ti se irán profundizando y se volverán más refinados. Una vez que hayas captado el panorama general en su totalidad, no sufrirás pérdidas en la vida ni te perderás. Si no llegas a conocer estos pasos de la obra, sufrirás pérdida en cada uno de ellos. No podrás dar la vuelta en pocos días y no podrás entrar en el camino correcto ni siquiera en un par de semanas. ¿Esto no provocará retrasos? Mucho hay acerca de la entrada de una manera positiva y de esas prácticas que debéis dominar, y también debes captar varios puntos de la visión de Su obra, tales como la relevancia de Su obra de conquista, el camino para ser perfeccionado en el futuro, lo que se debe alcanzar a través de la experiencia de las pruebas y las tribulaciones, la relevancia del juicio y del castigo, los principios de la obra del Espíritu Santo y los principios de la perfección y de la conquista. Todas estas son las verdades de la visión. El resto son las tres etapas de la obra de la Era de la Ley, la Era de la Gracia y la Era del Reino, así como el testimonio futuro. Estas también son las verdades que pertenecen a la visión y son las más fundamentales, así como las más cruciales. En el presente, hay demasiado que debéis entrar y practicar, y que ya está más detallado y más estratificado. Si no tienes conocimiento de estas verdades, es prueba de que todavía no has entrado. La mayor parte del tiempo, el conocimiento que el hombre tiene de la verdad es demasiado superficial; el hombre no puede poner en práctica ciertas verdades básicas y ni siquiera sabe cómo manejar los asuntos triviales. La razón de que el hombre no pueda practicar la verdad es por causa de su carácter de rebeldía, y porque su conocimiento de la obra de la actualidad es demasiado superficial y unilateral. Así, no es una tarea fácil para el hombre ser perfeccionado. Tu rebeldía es demasiado grande y conservas demasiado de tu antiguo yo; no puedes permanecer del lado de la verdad y no puedes practicar ni siquiera las verdades más evidentes. Tales hombres no pueden ser salvados y son los que no han sido conquistados. Si tu entrada no tiene ni detalles ni objetivos, tu crecimiento será lento. Si tu entrada no tiene la más mínima realidad, entonces tu búsqueda será en vano. Si no eres consciente de la esencia de la verdad, permanecerás sin cambios. El crecimiento en la vida del hombre y los cambios en su carácter se logran entrando en la realidad y, además, por medio de su entrada en las experiencias detalladas. Si tienes muchas experiencias detalladas durante tu entrada y tienes mucho conocimiento y entrada reales, tu carácter cambiará con rapidez. Incluso si en el presente no tienes una claridad completa acerca de la práctica, por lo menos debes tener claridad acerca de la visión de la obra. Si no, no podrás entrar, y no podrás hacerlo, a menos que primero tengas el conocimiento de la verdad. Sólo si el Espíritu Santo te esclarece en tu experiencia, obtendrás una comprensión más profunda de la verdad y entrarás más profundamente. Debéis llegar a conocer la obra de Dios.

Después de la creación de la humanidad en el principio, fueron los israelitas los que sirvieron como la base de la obra, y todo Israel fue la base de la obra que Jehová hizo en la tierra. La obra de Jehová fue dirigir y pastorear de una manera directa al hombre por medio de presentar las leyes para que el hombre pudiera vivir una vida normal y adorar a Jehová de una manera normal en la tierra. Dios, en la Era de la Ley, era alguien a quien el hombre no podía ver ni tocar. Él sólo estaba guiando a los primeros hombres que Satanás corrompió y estaba ahí para instruir y pastorear a estos hombres, así que las palabras que Él habló fueron sólo estatutos, ordenanzas y un conocimiento común para vivir la vida como un hombre y, de ninguna forma, se refirieron a las verdades que suplen la vida del hombre. Los israelitas bajo Su liderazgo no fueron los profundamente corrompidos por Satanás. Su obra de la ley fue sólo la primera etapa de la obra de salvación, el principio mismo de la obra de salvación, y prácticamente no tuvo nada que ver con los cambios en el carácter de la vida del hombre. Por lo tanto, al principio de la obra de salvación no hubo necesidad de que Él asumiera una carne para Su obra en Israel. Es por esto que Él necesitó un medio, es decir, una herramienta a través de la cual tener contacto con el hombre. Por eso, surgieron entre los seres creados los que hablaron y obraron en nombre de Jehová, y fue así como los hijos de los hombres y los profetas llegaron a obrar entre los hombres. Los hijos de los hombres obraron entre los hombres en nombre de Jehová. Que Él los llamara así quiere decir que esos hombres expusieron las leyes en nombre de Jehová y también fueron sacerdotes entre el pueblo de Israel; tales hombres eran sacerdotes que Jehová vigilaba y protegía, y obraban por el Espíritu de Jehová; eran líderes entre el pueblo y servían directamente a Jehová. Los profetas, por el otro lado, eran los que se dedicaban a hablar, en nombre de Jehová, a los hombres de todas las naciones y tribus. También eran los que profetizaban la obra de Jehová. Ya fueran los hijos de los hombres o los profetas, todos fueron levantados por el Espíritu de Jehová mismo y tenían en ellos la obra de Jehová. Entre el pueblo, ellos eran los que directamente representaban a Jehová; ellos obraban sólo porque Jehová los había levantado y no porque fueran la carne en la que se hubiera encarnado el Espíritu Santo mismo. Por lo tanto, aunque de manera similar hablaban y obraban en nombre de Dios, esos hijos de los hombres y profetas en la Era de la Ley no eran la carne del Dios encarnado. Esto fue precisamente lo opuesto en la Era de la Gracia y en la última etapa, porque las obras de salvación y del juicio de los hombres fueron ambas realizadas por Dios encarnado mismo y, por lo tanto, no hubo necesidad de otra vez levantar a los profetas e hijos de los hombres para obrar en Su nombre. A los ojos del hombre, no hay diferencias sustanciales entre la esencia y los medios de su obra. Y es por esta razón que el hombre siempre confunde la obra del Dios encarnado con la de los profetas y la de los hijos de los hombres. La apariencia del Dios encarnado fue básicamente la misma que la de los profetas y la de los hijos de los hombres. Y el Dios encarnado fue todavía más ordinario y más real que los profetas. Por consiguiente, el hombre es completamente incapaz de distinguir entre ellos. El hombre sólo se enfoca en las apariencias, y es completamente inconsciente de que, aunque ambos obran y hablan, existe una diferencia sustancial. Como la habilidad de discernimiento del hombre es muy pobre, el hombre no puede discernir las cuestiones básicas y es menos capaz aún de distinguir algo tan complejo. Todas las palabras y la obra de los profetas y los que el Espíritu Santo usaba estaban cumpliendo con el deber del hombre, llevando a cabo su función como un ser creado y haciendo lo que el hombre debe hacer. Sin embargo, las palabras y la obra de Dios encarnado eran llevar a cabo Su ministerio. Aunque Su forma externa era la de un ser creado, Su obra no era llevar a cabo Su función sino Su ministerio. El término “deber” se usa con relación a los seres creados, mientras que “ministerio” se usa con relación a la carne de Dios encarnado. Hay una diferencia esencial entre los dos, y ambos no son intercambiables. La obra del hombre sólo es cumplir con su deber, mientras que la obra de Dios es gestionar y llevar a cabo Su ministerio. Por lo tanto, aunque el Espíritu Santo usó a muchos apóstoles y muchos profetas estaban llenos de Él, su obra y palabras fueron sólo para cumplir con su deber como seres creados. Aunque sus profecías pudieran ser mayores que el camino de vida del que habló el Dios encarnado, y aunque incluso su humanidad fuera más trascendente que la del Dios encarnado, ellos seguían cumpliendo su deber y no cumpliendo su ministerio. El deber del hombre se refiere a la función del hombre y es algo que el hombre puede alcanzar. Sin embargo, el ministerio que lleva a cabo el Dios encarnado se relaciona con Su gestión y es inalcanzable para el hombre. Ya sea que el Dios encarnado hable, obre o manifieste maravillas, Él está realizando una gran obra dentro de Su gestión y tal obra no la puede hacer el hombre en Su lugar. La obra del hombre sólo es cumplir con su deber como ser creado en una etapa dada de la obra de gestión de Dios. Sin tal gestión, es decir, si el ministerio de Dios encarnado se perdiera, también se perdería el deber de un ser creado. La obra de Dios al llevar a cabo Su ministerio es gestionar al hombre, mientras que el hombre cumpliendo con su deber es el desempeño de sus propias obligaciones para satisfacer las demandas del Creador y, de ninguna manera, se puede considerar que está cumpliendo con su ministerio. Para la esencia inherente de Dios, es decir, Su Espíritu, la obra de Dios es Su gestión, pero para Dios encarnado, que lleva puesta la forma externa de un ser creado, Su obra es el llevar a cabo Su ministerio. Cualquiera que sea la obra que Él haga, es para llevar a cabo Su ministerio, y el hombre sólo puede hacer lo mejor que pueda dentro del alcance de Su gestión y bajo Su liderazgo.

El hombre cumpliendo con su deber es, en realidad, el logro de todo lo que es inherente dentro del hombre, es decir, lo que es posible para él. Es entonces que su deber se cumple. Los defectos del hombre durante su servicio se reducen gradualmente a través de la experiencia progresiva y del proceso de su experiencia del juicio; no obstaculizan ni afectan el deber del hombre. Los que dejan de servir o ceden y retroceden por temor a los defectos que puedan existir en el servicio, son los más cobardes de todos los hombres. Si el hombre no puede expresar lo que debe expresar durante el servicio o lograr lo que por naturaleza es posible para él, y en cambio pierde el tiempo y lo hace mecánicamente, él ha perdido la función que un ser creado debe tener. Esta clase de hombre se considera un mediocre insignificante y un inútil desperdicio de espacio; ¿cómo puede alguien así ser dignificado con el título de un ser creado? ¿Acaso no son ellos entes de corrupción que brillan por fuera, pero que están podridos por dentro? Si un hombre se llama a sí mismo Dios, pero no es capaz de expresar el ser de la divinidad, ni hacer la obra de Dios mismo, ni representar a Dios, entonces sin duda no es Dios, porque no tiene la esencia de Dios, y lo que Dios puede lograr por naturaleza no existe dentro de él. Si el hombre pierde lo que por naturaleza es alcanzable, ya no se puede considerar un hombre y no es digno de permanecer como un ser creado o de venir delante de Dios y servirlo. Además, no es digno de recibir la gracia de Dios ni de que Dios lo cuide, lo proteja y lo perfeccione. Muchos que han perdido la confianza de Dios pasan a perder la gracia de Dios. No sólo no desprecian sus fechorías, sino que con descaro propagan la idea de que el camino de Dios no es correcto. Y esos rebeldes incluso niegan la existencia de Dios; ¿cómo puede esa clase de hombre con tal rebeldía tener el privilegio de gozar de la gracia de Dios? Los hombres que han fallado en el cumplimiento de su deber han sido muy rebeldes contra Dios y le deben mucho a Él, pero se dan la vuelta y critican severamente que Dios está equivocado. ¿Cómo podría esa clase de hombre ser digno de ser perfeccionado? ¿Acaso no es esto el precursor para que serán eliminados y castigados? Un hombre que no cumple con su deber delante de Dios ya es culpable de los crímenes más atroces para los cuales hasta la muerte es un castigo insuficiente, pero el hombre tiene el descaro de discutir con Dios y enfrentarse a Él. ¿Cuál es el valor de perfeccionar a esa clase de hombre? Si el hombre no cumple con su deber, debe sentirse culpable y en deuda; debe aborrecer su debilidad e inutilidad, su rebelión y corrupción y, aún más, debe sacrificar su vida y su sangre para Dios. Sólo entonces será un ser creado que verdaderamente ama a Dios, y sólo esa clase de hombre es digno de disfrutar las bendiciones y la promesa de Dios y de que Él lo perfeccione. ¿Y qué pasa con la mayoría de vosotros? ¿Cómo tratáis al Dios que vive entre vosotros? ¿Cómo habéis cumplido vuestro deber delante de Él? ¿Habéis hecho todo lo que fuisteis llamados a hacer, incluso a expensas de vuestra propia vida? ¿Qué habéis sacrificado? ¿Acaso no habéis recibido mucho de Mí? ¿Podéis hacer la distinción? ¿Qué tan leales sois a Mí? ¿Cómo me habéis servido? ¿Y qué hay de todo lo que os he otorgado y he hecho por vosotros? ¿Habéis tomado medida de todo esto? ¿Habéis juzgado y comparado esto con la poca conciencia que tenéis dentro de vosotros? ¿De quién podrían ser dignas vuestras palabras y acciones? ¿Podría ser que ese minúsculo sacrificio vuestro sea digno de todo lo que os he otorgado? No tengo otra opción y me he dedicado a vosotros con todo el corazón, pero albergáis perversos recelos contra Mí y sois indiferentes. Ese es el alcance de vuestro deber, vuestra única función. ¿No es así? ¿No sabéis que no habéis cumplido en absoluto el deber de un ser creado? ¿Cómo podéis ser considerados seres creados? ¿No sabéis con claridad qué es lo que estáis expresando y viviendo? No habéis cumplido con vuestro deber, pero buscáis obtener la tolerancia y la gracia abundante de Dios. Esa gracia no ha sido preparada para unos tan inútiles y viles como vosotros, sino para los que no piden nada y se sacrifican con gusto. Tales hombres como vosotros, tales mediocres insignificantes, no sois en absoluto dignos de disfrutar la gracia del cielo. ¡Sólo las dificultades y el interminable castigo acompañarán vuestros días! Si no podéis ser fieles a Mí, vuestro destino será el sufrimiento. Si no podéis ser responsables ante Mis palabras y Mi obra, vuestra suerte será el castigo. Ninguna gracia, bendiciones y vida maravillosa en el reino tendrá nada que ver con vosotros. ¡Este es el fin que merecéis y una consecuencia de vuestras propias acciones! Esos hombres insensatos y arrogantes, no sólo no han hecho su mejor esfuerzo o no han cumplido con su deber, sino que en cambio tienen las manos extendidas para recibir la gracia como si merecieran lo que piden. Y si no obtienen lo que piden, cada vez se hacen más infieles. ¿Cómo pueden esos hombres ser considerados racionales? Sois de bajo calibre y estáis desprovistos de razón, completamente incapaces de cumplir el deber que debéis cumplir durante la obra de gestión. Vuestro valor ya ha caído precipitosamente. Vuestro fracaso en recompensarme por mostraros ese favor ya es un acto de extrema rebeldía, suficiente para condenaros y demostrar vuestra cobardía, incompetencia, vileza e indignidad. ¿Cómo podríais todavía estar calificados para mantener vuestras manos extendidas? No sois capaces de ayudar en lo más mínimo a Mi obra ni sois capaces de ser leales ni de manteneros firmes en el testimonio de Mí. Estas son ya vuestras fechorías y fracasos, pero en cambio me atacáis, decís mentiras de Mí y os quejáis de que soy injusto. ¿Es esto lo que constituye vuestra lealtad? ¿Es esto lo que constituye vuestro amor? ¿Qué otra obra podéis hacer además de esta? ¿Cómo habéis contribuido a toda la obra que se ha hecho? ¿Qué tanto os habéis gastado? Ya es un acto de gran tolerancia que Yo no ponga ninguna culpa sobre vosotros, pero vosotros, todavía con desvergüenza, me ponéis excusas y os quejáis de Mí en privado. ¿Tenéis un mínimo tinte de humanidad? Aunque el deber del hombre está manchado por su mente y sus nociones, debes cumplir con tu deber y mostrar tu lealtad. Las impurezas en la obra del hombre son un problema de su calibre, mientras que, si el hombre no cumple con su deber, ello muestra su rebeldía. No hay correlación entre el deber del hombre y que él sea bendecido o maldecido. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es su deber ineludible y no debe depender de las recompensas, condiciones o razones. Sólo entonces eso es cumplir con su deber. Un hombre que es bendecido goza de bendición tras ser perfeccionado después del juicio. Un hombre que es maldecido recibe el castigo cuando su carácter no cambia después del castigo y el juicio, es decir, no ha sido perfeccionado. Como ser creado, el hombre debe cumplir su deber, hacer lo que debe hacer y hacer lo que es capaz de hacer, independientemente de si será bendecido o maldecido. Esta es la condición más básica para el hombre, como alguien que está en busca de Dios. No debes cumplir con tu deber sólo para ser bendecido y no debes negarte a actuar por temor a ser maldecido. Dejadme deciros esto: si el hombre es capaz de cumplir con su deber, esto quiere decir que desempeña lo que debe hacer. Si el hombre no es capaz de cumplir con su deber, esto muestra la rebeldía del hombre. Siempre es por medio del proceso de cumplir con su deber que el hombre es cambiado gradualmente, y es por medio de este proceso que él demuestra su lealtad. Como tal, entre más puedas cumplir con tu deber, más verdades recibirás y así también tu expresión se volverá más real. Los que sólo cumplen con su deber por inercia y no buscan la verdad, al final serán eliminados, porque tales hombres no cumplen con su deber en la práctica de la verdad y no practican la verdad en el cumplimiento de su deber. Tales hombres son los que permanecen sin cambiar y serán maldecidos. No sólo sus expresiones son impuras, sino que lo que expresan no es otra cosa que perversidad.

En la Era de la Gracia, Jesús también habló mucho y obró mucho. ¿Cómo fue Él diferente de Isaías? ¿Cómo fue Él diferente de Daniel? ¿Fue un profeta? ¿Por qué se dice que Él es Cristo? ¿Cuáles son las diferencias entre ellos? Todos ellos fueron hombres que hablaron palabras y sus palabras les parecían más o menos iguales a los hombres. Todos hablaron y obraron. Los profetas del Antiguo Testamento hicieron profecías y, de manera similar, también Jesús pudo hacerlo. ¿Por qué es esto así? La distinción aquí se basa en la naturaleza de la obra. Con el fin de discernir este asunto, no puedes considerar la naturaleza de la carne y no debes considerar la profundidad o la superficialidad de sus palabras. Siempre debes considerar primero su obra y los resultados que su obra logra en el hombre. Las profecías de las que hablaron los profetas en ese tiempo no suplían la vida del hombre, y los mensajes que recibían aquellos como Isaías y Daniel eran sólo profecías y no el camino de la vida. Si no hubiera sido por la revelación directa de Jehová, nadie hubiera realizado esa obra, la cual es imposible para los mortales. Jesús también habló mucho, pero esas palabras fueron el camino de la vida del cual el hombre podía encontrar una senda para practicar. Es decir, en primer lugar, Él podía suplir la vida del hombre porque Jesús es vida; en segundo lugar, Él podía revertir las desviaciones del hombre; en tercer lugar, Su obra podía suceder a la de Jehová con el fin de seguir adelante con la era; en cuarto lugar, Él podía captar las necesidades internas del hombre y entender lo que al hombre le faltaba; en quinto lugar, Él podía marcar el comienzo de una nueva era y dar por terminada la vieja. Es por esto que se llama Dios y Cristo; no sólo es Él diferente de Isaías, sino también de todos los otros profetas. Considera a Isaías como una comparación de la obra de los profetas. En primer lugar, él no podía suplir la vida del hombre; en segundo, no podía marcar el comienzo de una nueva era. Él obraba bajo el liderazgo de Jehová y no para marcar el comienzo de una nueva era. En tercer lugar, lo que él decía iba más allá de su comprensión. Él recibía revelaciones directamente del Espíritu de Dios y los demás no entendían, incluso después de haberlas escuchado. Tan sólo estas cosas son suficientes para probar que sus palabras no eran más que profecías, no más que un aspecto de la obra hecha en lugar de Jehová. Sin embargo, él no podía representar completamente a Jehová. Era el siervo de Jehová, un instrumento en la obra de Jehová. Sólo estaba haciendo la obra dentro de la Era de la Ley y dentro del alcance de la obra de Jehová; no obró más allá de la Era de la Ley. Por el contrario, la obra de Jesús era distinta. Él superó el alcance de la obra de Jehová; obró como el Dios encarnado y padeció la crucifixión con el fin de redimir a toda la humanidad. Es decir, llevó a cabo una nueva obra fuera de la obra que Jehová había hecho. Esto marcó el comienzo de una nueva era. Otra condición es que Él podía hablar de lo que el hombre no podía lograr. Su obra fue una obra dentro de la gestión de Dios e involucraba a toda la humanidad. No obró en sólo unos cuantos hombres, ni Su obra fue guiar a un número limitado de hombres. En cuanto a cómo Dios se hizo carne para ser un hombre, cómo el Espíritu dio las revelaciones en aquel momento y cómo el Espíritu descendió sobre un hombre para hacer la obra, estos son asuntos que el hombre no puede ver o tocar. Es completamente imposible que estas verdades sirvan como una prueba de que Él es el Dios encarnado. Como tal, sólo se puede hacer distinción en las palabras y la obra de Dios, que son tangibles para el hombre. Sólo esto es real. Esto es así porque los asuntos del Espíritu no son visibles para ti y sólo Dios mismo los sabe con claridad, y ni siquiera la carne encarnada de Dios lo sabe todo; sólo puedes verificar si Él es Dios[a] por la obra que Él ha hecho. De Su obra se puede ver que, en primer lugar, Él puede abrir una nueva era; en segundo, puede suplir la vida del hombre y mostrarle el camino a seguir. Esto es suficiente para establecer que Él es Dios mismo. Como mínimo, la obra que Él hace puede representar completamente al Espíritu de Dios, y de tal obra se puede ver que el Espíritu de Dios está dentro de Él. Ya que la obra que hizo el Dios encarnado fue principalmente para marcar el comienzo de una nueva era, guiar una nueva obra y abrir un nuevo reino, sólo estas pocas condiciones son suficientes para establecer que Él es Dios mismo. Esto lo diferencia de Isaías, Daniel y los otros grandes profetas. Isaías, Daniel y todos los demás pertenecían a una clase de hombres muy educados y cultos; fueron hombres extraordinarios bajo el liderazgo de Jehová. La carne de Dios encarnado también tenía conocimiento y no carecía de sentido, pero Su humanidad era particularmente normal. Él era un hombre ordinario y, a simple vista, no se podía discernir ninguna humanidad especial acerca de Él o detectar nada en Su humanidad que fuera diferente a la de los demás. Él no era sobrenatural o único en lo absoluto, y no poseía ninguna educación, conocimiento o teoría superiores. La vida de la que Él habló y el camino que guio no se obtuvieron por medio de la teoría, por medio del conocimiento, por medio de la experiencia de vida o por medio de la educación familiar. Más bien, fueron la obra directa del Espíritu, la cual es la obra de la carne encarnada. Es debido a que el hombre tiene grandes nociones de Dios, y particularmente porque estas nociones constan de muchos elementos vagos y sobrenaturales, que, a los ojos del hombre, un Dios ordinario con debilidad humana, que no puede obrar señales y prodigios, seguramente no es Dios. ¿Acaso no son estas las nociones erróneas del hombre? Si la carne de Dios encarnado no era un hombre normal, ¿entonces cómo se podía decir que se hizo carne? Ser de la carne es ser un hombre ordinario y normal; si Él hubiera sido un ser trascendente, entonces no hubiera sido de la carne. Para probar que Él es de la carne, Dios encarnado tenía que poseer una carne normal. Esto era sólo para completar la relevancia de la encarnación. Sin embargo, este no fue el caso de los profetas y los hijos de los hombres. Ellos fueron hombres dotados y usados por el Espíritu Santo; a los ojos del hombre, su humanidad era particularmente grandiosa y desempeñaban muchos actos que superaban la humanidad normal. Por esta razón, el hombre los veía como Dios. Ahora todos vosotros debéis entender esto con claridad, porque ha sido el tema que con mayor facilidad han confundido todos los hombres en las eras pasadas. Además, la encarnación es la más misteriosa de todas las cosas y lo más difícil que el hombre puede aceptar es a Dios encarnado. Lo que digo es propicio para cumplir vuestra función y vuestro entendimiento del misterio de la encarnación. Todo esto se relaciona con la gestión de Dios, con la visión. Vuestro entendimiento de esto será más benéfico para obtener un conocimiento de la visión, es decir, de la obra de gestión. De esta manera, también obtendréis mucho entendimiento del deber que las diferentes clases de hombres deben desempeñar. Aunque estas palabras no os muestran directamente el camino, siguen siendo de gran ayuda para vuestra entrada, porque a vuestra vida en el presente le falta mucha visión, y esto se volverá un obstáculo importante que impida vuestra entrada. Si no habéis podido entender estas cuestiones, entonces no habrá ninguna motivación que impulse vuestra entrada. ¿Y cómo puede dicha búsqueda permitiros cumplir mejor vuestro deber?

Nota al pie:

a. El texto original no contiene la frase “si Él es Dios”.

Fuente: Iglesia de Dios Todopoderoso

 

 

Palabra de Dios | La diferencia entre el ministerio del Dios encarnado y el deber del hombreultima modifica: 2019-12-26T22:16:37+01:00da conoceradios