Por Gangqiang, Estados Unidos
Fui a Singapur yo solo en 2007 para tratar de ganarme la vida. En ese país hace mucho calor durante todo el año, así que todos los días sudaba a mares en el trabajo. Me sentía muy desdichado, y además estaba en un lugar completamente desconocido, sin familia ni amigos. La vida me parecía muy aburrida y tediosa. Un día de agosto, de vuelta a casa del trabajo, me dieron un folleto del evangelio que decía: “Y después de que hayáis sufrido un poco de tiempo, el Dios de toda gracia, que os llamó a su gloria eterna en Cristo, Él mismo os perfeccionará, afirmará, fortalecerá y establecerá” (1 Pedro 5:10). Sentí calidez en el corazón al leer estas palabras. Después de aquello, acudí a la iglesia con un hermano y allí, el entusiasta recibimiento de los hermanos y hermanas, que se interesaron por mi bienestar, me hizo sentir el calor familiar que no había experimentado en mucho tiempo. De repente, mis ojos se llenaron de lágrimas, era como si hubiera vuelto a casa. Desde entonces, todos los domingos visitaba sin falta la iglesia.
Me bauticé en diciembre, entrando así oficialmente en el camino de la fe. En un servicio de la iglesia, oí al predicador leer el capítulo 18, versos 21-22 de San Mateo: “Entonces se le acercó Pedro, y le dijo: Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí que yo haya de perdonarlo? ¿Hasta siete veces? Jesús le dijo: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Al oír esto, pensé para mis adentros: “¿Cómo puede ser tan grande el perdón y la paciencia del Señor Jesús? Perdona a la gente setenta veces siete. Si los hombres pudieran hacer lo mismo, no habría peleas, solo amor y ternura”. Me conmovieron mucho las palabras del Señor, y decidí actuar de acuerdo con Sus enseñanzas.
Dos o tres años después, mi jefe me puso a cargo de la gestión de una obra de construcción, así que dediqué toda mi energía al trabajo y dejé de asistir a las reuniones con la misma regularidad. Más tarde, un amigo me presentó al señor Li, un hombre de negocios, y fundamos una empresa de construcción juntos. Estaba muy contento, decidido a lanzarme de cabeza al asunto. Entonces, entré de lleno en la espiral del dinero y dejé de ir a las reuniones de la iglesia. Quería hacer bien los proyectos para ganarme el elogio de los demás por mis aptitudes, así que me volví cada vez más exigente con los trabajadores. Los regañaba cuando notaba que no hacían algo bien o que no estaba a la altura de mis necesidades. El jefe de equipo lloraba a menudo a causa de mi maltrato. Los trabajadores sentían miedo al verme y hasta se escondían de mí. Incluso los que solían ser buenos amigos míos se volvieron fríos conmigo y ya no querían confiar en mí. Darme cuenta de aquello me resultó muy angustioso. El Señor Jesús nos enseña a perdonar a los demás setenta veces siete y a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Sin embargo, no lo había puesto en práctica en absoluto, ni siquiera una vez. ¿Qué tenía eso de cristiano? Yo sabía que estaba pecando y a menudo oraba al Señor, me confesaba y me arrepentía. Decidí cambiar. Pero cada vez que surgía algo, seguía pecando aunque no quisiera. Estaba muy molesto.
En agosto de 2015, suspendimos las operaciones comerciales porque la empresa no estaba funcionando bien, y volví a casa. Deprimido y triste, bebía y jugaba todo el día. Cuando mi esposa me pedía que dejara de beber, le gritaba: “Es mi dinero, lo gané yo y lo gasto como quiero…”. No podía hacer nada, así que se sentaba a llorar. Cada vez que daba rienda suelta a mi ira, sentía remordimientos y me odiaba a mí mismo, pero no podía contenerme. Para entonces había perdido completamente toda decencia cristiana; mi comportamiento y conducta eran completamente iguales a los de un incrédulo.
En mi dolor e impotencia, volví a la iglesia para acudir de nuevo a las reuniones. Durante ese período, oré constantemente al Señor Jesús: “¡Oh, Señor! He hecho tantas cosas que no quería, he dicho tantas cosas que hicieron daño a otros. He vivido en pecado y rebelándome contra Ti. Cada vez que peco, me arrepiento y me odio con todas mis fuerzas, ¡pero nunca puedo controlarme! Confieso mis pecados de noche, pero de día vuelvo a caer en lo mismo y peco de nuevo. ¡Oh, Señor! Te suplico que me salves, ¿qué puedo hacer para liberarme del pecado?”.
El día de Año Nuevo de 2016, pisé suelo estadounidense cuando me mudé a Nueva York para hacer algo de dinero. Seguía yendo a la iglesia en mi tiempo libre y también me uní a un grupo de oración, donde leía la Biblia y oraba con otros hermanos y hermanas. Allí conocí a una hermana llamada Qinglian. Un día, la hermana Qinglian me llamó para decirme que tenía una buena noticia que quería compartir conmigo. Le pregunté: “¿Cuál es la buena noticia?”. Me contestó: “Hay una misionera de visita. ¿Quieres ir a escucharla hablar?”. “¡Genial! ¿Dónde está?”, dije yo. Entonces arreglamos el momento en el que iría a su casa.
Fui a casa de la hermana Qinglian el día acordado. Varios otros hermanos y hermanas estaban allí, y después de conocernos e intercambiar saludos, comenzamos a debatir sobre la Biblia. La comunicación de la hermana Zhao fue muy esclarecedora y realmente edificante para mí. Entonces le hablé de mis constantes pecados y confesiones, del dolor de no poder librarme del pecado, y busqué su ayuda. En comunicación, ella me dijo que aún después de comenzar a creer en el Señor, seguimos pecando todo el tiempo, no podemos librarnos de vivir la vida en el ciclo interminable de pecar de día y confesar de noche; no era algo que solo me preocupara a mí. Por el contrario, era un problema compartido por todos los creyentes. La hermana Zhao nos puso un vídeo con algunas recitaciones de las palabras de Dios. Eran estas: “El carácter del hombre debe ser cambiado comenzando por el conocimiento de su esencia, y a través de cambios en su pensamiento, su naturaleza y su perspectiva mental, por medio de cambios fundamentales. Sólo así se lograrían cambios verdaderos en el carácter del hombre. El carácter corrupto del hombre proviene de haber sido envenenado y pisoteado por Satanás, del daño atroz que Satanás ha infligido a su pensamiento, su moral, su percepción y su sentido. Es precisamente debido a que estas cosas fundamentales del hombre han sido corrompidas por Satanás, y que son diametralmente distintas a cómo Dios las creó originalmente, que el hombre se opone a Dios y no entiende la verdad. Por ende, los cambios en el carácter del hombre deben comenzar con cambios en su pensamiento, percepción y sentido que cambien su conocimiento de Dios y su conocimiento de la verdad” (‘Tener un carácter inalterable es estar en enemistad con Dios’ en “La Palabra manifestada en carne”).
Me conmovió mucho, pensé: “¿Acaso no hablan de mí? Siempre desprecio a los demás, los regaño por esto o les grito por aquello. Carezco de moral y de razón, y no me queda rastro de santo decoro”. Todas estas palabras me calaron hasta lo más profundo de mi ser. Nunca había leído algo así ni había oído a ningún predicador pronunciar esa clase de sermón. Me angustiaba pecar constantemente, pero aún no había sido capaz de liberarme de las restricciones del pecado. Estas palabras me mostraron el camino para dejar el pecado atrás, y me maravillaron. Está muy bien planteado. ¿Quién las habría escrito?
La hermana Zhao me dijo que esta era la palabra de Dios, que el Señor Jesús ya había regresado en la carne y que Él estaba haciendo la obra de juzgar y purificar a la gente a través de Su palabra en los últimos días. Simplemente no daba crédito a mis oídos. ¿Qué creyente no anhela Su regreso? De repente, al escuchar la noticia del regreso del Señor, estaba tan emocionado que me sentí un poco perdido: ¿Había regresado realmente el Señor? Ansioso, le pedí que continuara con su comunicación. La hermana Zhao dijo: “El Señor Jesús ha regresado de verdad, y Él es Dios Todopoderoso, Cristo encarnado en los últimos días. Él ha expresado todas las verdades para purificar y salvar a la humanidad, y ha comenzado a hacer la obra de juicio comenzando por la casa de Dios. Él nos salvará completamente del campo de acción de Satanás, de las ataduras de nuestra naturaleza satánica y de la vida de pecado de la que nos resulta imposible escapar. Al final, alcanzaremos la completa salvación y seremos ganados por Dios. En la Era de la Gracia, el Señor Jesús solo realizó la obra de redención; Él nos redimió y absolvió nuestros pecados para que la ley ya no nos condenara. Aunque el Señor absolvió nuestros pecados, no perdonó nuestra naturaleza satánica ni nuestro carácter satánico. La arrogancia, la astucia, el egoísmo, la codicia, la malicia y el carácter corrupto aún perduran dentro del hombre. Son cosas que van más allá, más tercas que el pecado. Precisamente porque este carácter y naturaleza satánicos no han sido resueltos, continuamos pecando en contra de nuestra voluntad, e incluso cometemos pecados más serios que infringir la ley. En cuanto a los fariseos de entonces, ¿acaso el hecho de que su naturaleza pecaminosa no fuera resuelta no fue la razón por la que se opusieron y condenaron al Señor, hasta el punto de crucificarlo? De hecho, todos tenemos un profundo conocimiento sobre esto porque nosotros mismos estamos controlados por este carácter corrupto. Así que, a menudo decimos mentiras, actuamos mediante engaños, somos arrogantes y engreídos, y reprendemos a otros condescendientemente. Sabemos claramente que el Señor exige que perdonemos a los demás y amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, y sin embargo no ponemos esto en práctica. La gente se confabula entre sí, luchan por la fama y la ganancia, y son incapaces de llevarse bien, armoniosamente. Durante los momentos de enfermedad, desastres naturales o sucesos provocados por el hombre, seguimos culpando a Dios, e incluso lo negamos o traicionamos. Estos hechos muestran que si no resolvemos nuestra naturaleza y carácter satánico, entonces nunca podremos escapar de esta vida circular de pecar y confesar, confesar y pecar. Por lo tanto, para salvar completamente al hombre del pecado, es necesario que Dios realice una etapa de Su obra de juicio y purificación para resolver nuestra naturaleza pecaminosa. Es la única manera en que podemos ser purificados, completamente salvados por Dios y obtenidos por Él. Leamos algunos fragmentos más de las palabras de Dios Todopoderoso y lo entenderás”.
La hermana Zhao abrió el libro de la palabra de Dios y comenzó a leer: “Aunque el hombre ha sido redimido y se le han perdonado sus pecados, sólo se considera que Dios no recuerda sus transgresiones y no lo trata de acuerdo con estas. Sin embargo, cuando el hombre vive en la carne y no ha sido liberado del pecado, sólo puede continuar pecando, revelando interminablemente el carácter satánico corrupto. Esta es la vida que el hombre lleva, un ciclo sin fin de pecado y perdón. La mayoría de los hombres pecan durante el día y se confiesan por la noche. Así, aunque la ofrenda por el pecado siempre sea efectiva para ellos, no podría salvarlos del pecado. Sólo se ha completado la mitad de la obra de salvación, porque el hombre sigue teniendo un carácter corrupto” (‘El misterio de la encarnación (4)’ en “La Palabra manifestada en carne”). “Aunque Jesús hizo mucha obra entre los hombres, sólo completó la redención de toda la humanidad, se convirtió en la ofrenda por el pecado del hombre, pero no lo libró de su carácter corrupto. Salvar al hombre totalmente de la influencia de Satanás no sólo requirió a Jesús cargar con los pecados del hombre como la ofrenda por el pecado, sino también que Dios realizara una obra mayor para librar completamente al hombre de su carácter, que ha sido corrompido por Satanás” (‘Prefacio’ en “La Palabra manifestada en carne”). “Los pecados del hombre fueron perdonados gracias a la obra de la crucifixión de Dios, pero el hombre siguió viviendo en el viejo carácter satánico y corrupto. Así pues, el hombre debe ser completamente salvo de este carácter satánico corrupto para que la naturaleza pecadora del hombre sea del todo desechada y no se desarrolle más, permitiendo así que el carácter del hombre cambie. Esto requiere que el hombre entienda la senda del crecimiento en la vida, el camino de la vida, y el camino del cambio de su carácter. También necesita que el hombre actúe de acuerdo con esa senda, de forma que su carácter pueda ser cambiado gradualmente y él pueda vivir bajo el brillo de la luz y que pueda hacer todas las cosas de acuerdo con la voluntad de Dios, desechar el carácter satánico corrupto, y liberarse de la influencia satánica de las tinieblas, aflorando de este modo totalmente del pecado. Sólo entonces recibirá el hombre la salvación completa” (‘El misterio de la encarnación (4)’ en “La Palabra manifestada en carne”). La hermana Zhao dijo en la comunicación: “Ahora que hemos leído estas palabras de Dios, entendemos por qué siempre estamos atados por nuestra naturaleza satánica y somos incapaces de librarnos del pecado, ¿verdad? Durante la Era de la Gracia, Dios solo realizó la obra de redención, no la obra de juzgar al fin de los tiempos, purificar y salvar completamente a las personas. Así que nada importa que confesemos nuestros pecados y nos arrepintamos, que tratemos de conquistarnos a nosotros mismos, que ayunemos y oremos, no seremos capaces de lograr librarnos del pecado. Esto significa que si queremos liberarnos de la esclavitud y el control de nuestra naturaleza pecaminosa, no basta con someternos a la obra de redención del Señor Jesús. Debemos aceptar la obra de juicio realizada por el Señor Jesús regresado. Esto se debe a que al hacer Su obra de juicio de los últimos días, Dios expresa muchos aspectos de la verdad para juzgar y exponer la naturaleza satánica del hombre de oponerse y traicionar a Dios. Él revela el carácter justo, santo y que no tolera ofensa de Dios, permitiendo a la humanidad ver claramente la verdad de Su profunda corrupción por parte de Satanás a través del juicio y castigo de las palabras de Dios, con el fin de conocer realmente Su carácter justo, que no tolera la ofensa del hombre, para desarrollar un corazón temeroso de Dios, transformando y purificando así el carácter satánico del hombre y salvándolo de la influencia de Satanás. En el majestuoso e iracundo juicio y castigo de Dios, lo vemos cara a cara. Como una espada de doble filo, la palabra de Dios atraviesa nuestros corazones, revela nuestra naturaleza satánica de oposición y traición a Dios, además de ese carácter corrupto que no somos capaces de descubrir en lo más profundo de nuestros corazones. Nos hace ver que la esencia de nuestra naturaleza está llena de caracteres satánicos tales como la arrogancia, la vanidad, el egoísmo, la bajeza, la evasividad y la astucia, que sencillamente no poseemos ni una pizca de semejanza humana, y que somos completamente la encarnación de Satanás. Es solo entonces cuando nos postramos ante Dios, comenzamos a odiarnos y a maldecirnos. Al mismo tiempo, también sentimos profundamente que toda la palabra de Dios es la verdad, todo es la revelación de Su carácter, además de lo que es la vida de Dios. Somos conscientes de que el carácter justo de Dios no tolera ofensa, y que Su esencia santa no será manchada. El resultado es desarrollar un corazón de reverencia a Dios; comenzamos a buscar la verdad con todas nuestras fuerzas y a comportarnos de acuerdo a la palabra de Dios. A medida que gradualmente lleguemos a entender la verdad, tendremos cada vez más entendimiento de nuestra propia naturaleza y carácter satánico e iremos ganando más discernimiento. Nuestro conocimiento de Dios también aumentará. Nuestro carácter corrupto interno se purificará lentamente y seremos liberados de los lazos del pecado. Obtendremos una verdadera liberación y viviremos en libertad ante Dios. Este es precisamente el resultado que logra en la humanidad la obra de juicio de Dios en los últimos días. Por lo tanto, se puede ver que la obra de “redención” en la Era de la Gracia y la obra de “librar al hombre del pecado” en los últimos días son dos etapas diferentes de la obra. La ‘Redención’ consistía en que el Señor Jesús cargara con los pecados del hombre y le permitiera escapar del castigo que debería sufrir por esos pecados. Pero eso no significaba que la gente estuviera libre de pecado, menos áun que nunca volvieran a pecar o estuvieran totalmente purificados. Mientras que ‘librar al hombre del pecado’ es exponer completamente la naturaleza pecaminosa de la humanidad para que podamos vivir sin depender de nuestra naturaleza corrupta, lograr un cambio en nuestro carácter de vida y purificarnos totalmente. Por lo tanto, solo aceptando la obra de juicio de Dios en los últimos días podemos resolver completamente nuestro carácter corrupto, librarnos de la influencia de Satanás y ser salvados y guiados al reino de Dios para alcanzar las promesas y bendiciones de Dios”.
Al oír la palabra de Dios y la comunicación de las hermanas, sentí que se ceñía por completo a la realidad y era muy práctica. Pensé en mis muchos años como hombre de fe: no solo mentía y engañaba a menudo, además era arrogante y estaba descontrolado, era grosero e irracional, malintencionado. La gente que trabajaba para mí me tenía miedo y se mantenía a distancia, e incluso en mi propia casa mi esposa y mi hija también me tenían un poco de miedo. Nadie quería abrirse a mí y ni siquiera tenía un amigo íntimo en quien confiar. Era doloroso y me sentía impotente. Aunque a menudo leía la Biblia, oraba, confesaba mis pecados al Señor e incluso me despreciaba a mí mismo, seguía haciendo las mismas cosas terribles. No podía cambiar nada. Alguien como yo que está constantemente pecando y oponiéndose al Señor, ¡está muy necesitado de la obra de juicio de Dios en los últimos días! Ahora, el Señor Jesús ha regresado: Él es el Dios Todopoderoso encarnado. Ahora tenemos la oportunidad de escuchar la voz de Dios y de aprender que el Señor Jesús ha venido de nuevo para mostrarnos la verdad y emprender la obra de juzgar, purificar y salvar al hombre, ¡sin duda soy extremadamente afortunado! La hermana notó que rebosaba de anhelo, así que me dio una copia de un libro de la palabra de Dios: Las ovejas de Dios oyen la voz de Dios. ¡Lo acepté con alegría y decidí practicar mi fe en Dios Todopoderoso!
Leí muchas de las palabras de Dios después de aceptar la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días. Leí acerca de las tres etapas de Su obra, el misterio de la encarnación, el significado del nombre de Dios y la historia interior de la Santa Biblia, sobre cómo se crean los vencedores, cómo se hace realidad el reino de Cristo, cómo se determina el desenlace y el destino de cada clase de persona, y otros aspectos de la verdad, de los que poco a poco obtuve cierta comprensión. También gané más fe en Dios.
Al principio, cuando leía las palabras de Dios que juzgan y exponen al hombre con tanta dureza, me sentía angustiado e incómodo y tenía algunas nociones sobre ellas; me parecía que las palabras de Dios eran demasiado severas. ¿No podía ser un poco más amable? Si Dios juzga al hombre de esta manera, ¿acaso no está condenado? ¿Cómo puede entonces ser verdaderamente salvado? Más adelante, leí en la palabra de Dios: “En los últimos días Cristo usa una variedad de verdades para enseñar al hombre, para exponer la esencia del hombre y para analizar minuciosamente sus palabras y acciones. Estas palabras comprenden verdades diversas tal como: el deber del hombre, cómo el hombre debe obedecer a Dios, cómo debe ser leal a Dios, cómo debe vivir una humanidad normal, así como también la sabiduría y el carácter de Dios, y así sucesivamente. Todas estas palabras son dirigidas a la esencia del hombre y a su carácter corrupto. En particular, las palabras que exponen cómo el hombre desdeña a Dios con relación a cómo el hombre es una personificación de Satanás y una fuerza enemiga contra Dios. Al emprender Su obra de juicio, Dios no deja simplemente en claro la naturaleza del hombre con sólo unas pocas palabras; la expone, la trata y la poda a largo plazo. Estos métodos de exposición, de trato y poda, no pueden ser sustituidos con palabras ordinarias, sino con la verdad que el hombre no posee en absoluto. Sólo los métodos de este tipo se consideran juicio; sólo a través de este tipo de juicio puede el hombre ser doblegado y completamente convencido de la sumisión a Dios y, además, obtener un conocimiento verdadero de Dios” (‘Cristo hace la obra de juicio con la verdad’ en “La Palabra manifestada en carne”). “¿A través de qué se alcanza la perfección que Dios tiene para el hombre? A través de Su justo carácter. El carácter de Dios consiste principalmente de la justicia, la ira, la majestad, el juicio y la maldición y Su perfección para el hombre es principalmente por medio del juicio. Algunas personas no entienden y preguntan por qué es que Dios sólo puede perfeccionar al hombre por medio del juicio y la maldición. Dicen: ‘Si Dios maldijera al hombre, ¿no moriría el hombre? Si Dios juzgara al hombre, ¿el hombre no sería condenado? Entonces, ¿cómo puede todavía ser perfeccionado?’. Esas son las palabras de la gente que no conoce la obra de Dios. Lo que Dios maldice es la desobediencia del hombre y lo que Él juzga son los pecados del hombre. Aunque Él habla severamente y sin la menor sensibilidad, Él revela todo lo que hay dentro del hombre y a través de estas palabras severas revela lo que es esencial dentro del hombre pero a través de ese juicio le da al hombre un conocimiento profundo de la esencia de la carne y, por lo tanto, el hombre se somete a la obediencia frente a Dios. La carne del hombre es de pecado y de Satanás, es desobediente y el objeto del castigo de Dios, en consecuencia, para permitirle al hombre que se conozca, las palabras del juicio de Dios le deben suceder y todo tipo de refinamiento se debe emplear; sólo entonces puede ser efectiva la obra de Dios” (‘Sólo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer el encanto de Dios’ en “La Palabra manifestada en carne”). A partir de las palabras de Dios me di cuenta de que Dios realiza Su obra de juicio en los últimos días al expresar la verdad, y que juzga, expone y condena severamente el carácter corrupto del hombre, la naturaleza satánica y las malas obras que se oponen a Dios. Él hace esto para que veamos claramente la verdad de nuestra propia corrupción, entendamos completamente la esencia de nuestro carácter corrupto, y conozcamos nuestra propia naturaleza satánica y el origen de nuestra corrupción. Esta es la única manera en que podemos despreciarnos a nosotros mismos y abandonar la carne. Además, como Dios muestra Su carácter justo, majestuoso e iracundo a través de Su juicio y castigo, somos capaces de ver Su justicia y santidad, además de percibir claramente nuestra propia inmundicia, fealdad y maldad. Dios también hace esto para que podamos conocer nuestra propia naturaleza satánica y la verdad de nuestra corrupción. Si Dios no juzgara al hombre tan severamente, si Dios no expusiera la corrupción del hombre dando justo en el clavo, ni revelara Su carácter justo y majestuoso, entonces nosotros los humanos, que hemos sido corrompidos tan profundamente por Satanás, seríamos incapaces de reflexionar sobre nosotros mismos o de conocernos. Seríamos incapaces de conocer la verdad de nuestra propia corrupción o de nuestra naturaleza satánica. Si ese fuera el caso, entonces ¿cómo nos libraríamos de nuestra naturaleza pecaminosa y seríamos purificados? De los resultados obtenidos a partir de las palabras severas de Dios, nos damos cuenta de que en ellas se esconde Su verdadero amor hacia el hombre y el esfuerzo que Él hace para salvarlo. Cuanto más leo las palabras de Dios, más siento lo maravillosa que es Su obra de juicio. ¡Es tan práctica! Solo el juicio severo de Dios puede purificar, transformar y salvar al hombre. ¡La obra de juicio de Dios en los últimos días es justo lo que necesitamos!
Debido a mi naturaleza arrogante y extremadamente santurrona, cuando hablaba con otros, a menudo les daba lecciones de una manera condescendiente, y para mí mis actos eran mi propia ley. Siempre me gustó que los demás me escucharan y era propenso a alardear. Comuniqué varias veces en las reuniones sobre cómo había gestionado los problemas de mi equipo de trabajo, cómo había reprendido y sometido al personal que no había seguido las instrucciones y cómo mi esposa y mi hija habían hecho lo que yo les decía. En concreto, cuando compartía la comunicación de las palabras de Dios, decía cosas como: “Creo que este pasaje de las palabras de Dios significa esto”, y “esto es lo que pienso”. Un hermano se dio cuenta de que siempre revelaba un carácter arrogante y santurrón sin ser consciente de ello. Señaló el asunto en una reunión, me comentó que hablar y actuar de esta manera era una expresión de arrogancia, santurronería y ser poco razonable. Si alguien me hubiera expuesto de esa manera en el pasado, y delante de tanta gente, sin duda habría contraargumentado y le habría refutado de inmediato. Pero en ese momento, elegí guardar silencio sin discutir ni justificarme, porque las palabras de un sermón me vinieron a la mente: “Si ante cualquier asunto siempre dices ‘creo que’, entonces más te vale renunciar a tus opiniones. Te insto a que renuncies a tus opiniones y busques la verdad. Mira lo que dicen las palabras de Dios. ¡Tu ‘opinión’ no es la verdad! […] ¡Eres demasiado arrogante y santurrón! Ante la verdad, ni siquiera eres capaz de renunciar o renegar de tus nociones e imaginaciones. ¡No quieres obedecer a Dios en lo más mínimo! Entre aquellos que realmente buscan la verdad y veneran sinceramente a Dios de corazón, ¿quién sigue diciendo ‘creo que’? Ya han eliminado esta palabra, pues al pronunciarla se revela el propio carácter satánico”. (‘Comunicación y predicación sobre la Palabra de Dios “Es muy importante establecer una relación normal con Dios” (III)’ en “Sermones y enseñanzas sobre la entrada a la vida XIV”) Esta comunicación me recordó que, cada vez que me topaba con un problema, las palabras “pienso”, “mantengo” y “creo” estaban generalmente en mi boca, siempre empezaba con un “yo” y tenía la última palabra para todo. Me creía capaz de ver más allá de las cosas y que podía lidiar yo solo con los problemas. Siempre obligaba a otros a hacer lo que yo decía, a que obedecieran. Al considerarme a mí mismo tan importante, ¿acaso no revelaba eso un carácter arrogante? El hermano tenía razón al señalar aquello sobre mi carácter, y debía aceptarlo. Las cosas que yo creía emanaban de mis nociones e imaginaciones, provenían de Satanás, y desde luego no eran la verdad. Ya fuera en casa, en el trabajo o entre colegas, siempre me comportaba como si fuera el número uno. Si alguien no me escuchaba o hacía algo contrario a mis puntos de vista, me enfadaba y le regañaba. El hecho de que fuera capaz de revelar estas cosas significaba que no había lugar para Dios en mi corazón, que no honraba la grandeza de Dios, sino la mía propia. Así era cómo hablaba y me comportaba todo el tiempo, demostrando tener un carácter increíblemente arrogante.
Más tarde leí estas palabras de Dios: “Si realmente posees la verdad en ti, la senda por la que transitas será, de forma natural, la senda correcta. Sin la verdad es fácil hacer el mal, y no podrás evitar hacerlo. Por ejemplo, si albergaras arrogancia y engreimiento, te resultaría imposible evitar desafiar a Dios; sentirías la necesidad de desafiarlo. No lo haces intencionalmente, sino que esto lo dirige tu naturaleza arrogante y engreída. Tu arrogancia y engreimiento te harían despreciar a Dios y verlo como algo insignificante; causarían que hagas alarde de ti mismo en todas las cosas, que te exhibas constantemente y que al final te sentaras en el lugar de Dios y dieras testimonio de ti mismo. Finalmente, considerarías tus propias ideas, pensamientos y nociones como si fueran la verdad a adorar. ¡Ve cuántas cosas malas te lleva a hacer esta naturaleza arrogante y engreída! Para resolver los actos de su maldad, primero deben resolver el problema de su naturaleza. Sin un cambio de carácter, no sería posible obtener una resolución fundamental a este problema” (‘Sólo puedes obtener cambios en tu carácter buscando la verdad’ en “Registros de las pláticas de Cristo”). Cada palabra pronunciada por Dios es la verdad: estaba totalmente convencido. Pensé en cómo solía sermonear condescendientemente a otros en las obras de construcción, entre mis colegas y cuando estaba en casa. El motivo era que estaba dominado por mi naturaleza satánica y arrogante; no porque fuera una persona malcarada, tuviera mal genio o careciera de autocontrol. Creía que tenía calibre, talento y buen poder adquisitivo, lo que alimentaba mi arrogancia y se convirtió en la moneda de mi vida, de tal modo que me consideraba mejor que los demás. Miraba por encima del hombro al resto, pensaba que era mejor que ellos y siempre me imponía a todo el mundo. Había encontrado el origen de mi pecado y había visto las peligrosas consecuencias de dejar sin resolver mi carácter satánico y corrupto. Así que hice un esfuerzo por buscar y leer muchas palabras de Dios que juzgaban y exponían la naturaleza arrogante del hombre, y reflexioné sobre mí mismo de manera comparativa. A través de las palabras de juicio y revelación de Dios, así como de la comunicación de los hermanos y hermanas en las reuniones, empecé a obtener un entendimiento superficial de mi propia naturaleza arrogante. Me di cuenta de que en realidad no era mejor que los demás, y que mis aptitudes y riquezas habían sido otorgadas por Dios, así que no tenía nada de qué jactarme. Si Dios no me hubiera concedido sabiduría e inteligencia, si Dios no me hubiera bendecido, ¿qué hubiera conseguido solo confiando en mí mismo? Hay tantas personas con talento en el mundo; ¿por qué se esfuerzan y viven toda la vida con prisa para terminar con las manos vacías? También encontré el camino para resolver mi naturaleza arrogante dentro de las palabras de Dios, que consistía en aceptar más de la poda y el trato de los hermanos y hermanas, aceptar más del juicio, el castigo, las pruebas y el refinamiento de Dios, reflexionar sobre mí mismo a la luz de Sus palabras, lograr un verdadero conocimiento de mí mismo, odiarme y no actuar de acuerdo a mi carácter satánico sino a las palabras de Dios. Posteriormente, experimenté muchos casos en los que fui juzgado y castigado, podado y tratado, y sufrí muchos reveses y fracasos. Mi conocimiento de mi naturaleza satánica y esencia corrupta se fue profundizando poco a poco, y también obtuve un entendimiento superficial de la grandeza, justicia y santidad de Dios. Cuanto más las conocía, más era consciente de mi propia inmundicia, bajeza, insignificancia e infamia. Cosas que antes me parecían importantes o de las que me había jactado, ahora sentía que ni siquiera valía la pena mencionarlas. Antes de darme cuenta, mi carácter arrogante comenzó a cambiar. Aceptaba cualquier cosa correcta que dijeran los hermanos y hermanas, mis colegas o mi familia. Ya no hablaba a los demás con condescendencia, sino que actuaba con humildad y no consideraba mi palabra como ley. Cada vez que surgía un problema, lo discutía con los demás y tenía en consideración sus sugerencias y actuaba en consecuencia. Poco a poco, mi relación con los que me rodeaba comenzó a normalizarse. Tenía paz y alegría en mi corazón, y sentía que al fin vivía un poco a semejanza humana.
Al leer constantemente la palabra de Dios y vivir la vida de la iglesia, sentía cada vez más cuán verdaderamente grande fue el haber podido aceptar la obra de juicio de Dios en los últimos días. Experimenté realmente que no tendría forma de resolver mi carácter corrupto por mí cuenta. Solo a través del juicio y castigo de las palabras de Dios, poco a poco he sido cambiado y purificado. En la Iglesia de Dios Todopoderoso, veo a muchos hermanos y hermanas obrando duro en la búsqueda de la verdad, y aceptando el juicio y castigo de las palabras de Dios Todopoderoso. Siempre que alguien revela corrupción, otros lo señalan y todos se ayudan mutuamente. Reflexionamos sobre nosotros mismos, nos conocemos a la luz de las palabras de Dios y buscamos la verdad para resolver nuestra corrupción. Todos practicamos ser gente honesta, ser puros y abiertos; aceptamos y nos sometemos a cualquier comunicación que esté de acuerdo con la verdad y nuestro carácter corrupto cambia cada vez más. Las palabras de Dios Todopoderoso pueden purificar y cambiar a la gente. Dios encarnado ha venido entre nosotros, expresa personalmente Sus palabras para juzgarnos y purificarnos, y nos conduce a desechar el pecado y ser plenamente salvados; ¡somos tan afortunados! Al pensar en todos esos verdaderos creyentes que están esperando impacientes Su regreso, que anhelan deshacerse de las ataduras del pecado y ser purificados, pero que viven con dolor sin un camino que seguir, oré a Dios y tomé una determinación: “Deseo predicar el evangelio de Tu reino a otras personas para que puedan ser como yo, que sigan Tus pasos y se embarquen en el camino de la purificación y la completa salvación”.
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Scripture quotations taken from LBLA. Copyright by The Lockman Foundation.