¿Por qué implica el retorno del Señor que Él se haga carne como el Hijo del hombre para revelarse a la humanidad?

La respuesta de la palabra de Dios:

Dios se hizo carne porque el objeto de Su obra no es el espíritu de Satanás o de cualquier cosa incorpórea, sino el hombre que es de la carne y a quien Satanás ha corrompido. Precisamente porque la carne del hombre ha sido corrompida es que Dios ha hecho al hombre carnal el objeto de Su obra; además, porque el hombre es objeto de la corrupción, ha hecho al hombre el único objeto de Su obra a través de todas las etapas de Su obra de salvación. El hombre es un ser mortal, es de carne y sangre, y Dios es el único que puede salvar al hombre. De esta manera, Dios se debe hacer una carne que posea los mismos atributos que el hombre con el fin de hacer Su obra, para que Su obra pudiera lograr mejores efectos. Dios debe hacerse carne para hacer Su obra justamente porque el hombre es de la carne y es incapaz de vencer el pecado o de despojarse de la carne. […]

[…]

Para todos aquellos que viven en la carne, cambiar su carácter requiere metas que perseguir, y conocer a Dios exige ser testigos de los hechos reales y del rostro real de Dios. Ambas cosas sólo las puede lograr la carne encarnada de Dios y sólo las puede conseguir la carne normal y real. Por esta razón, la encarnación es necesaria y toda la humanidad corrupta la necesita. […] En las tres etapas de la obra de Dios, sólo una etapa fue llevada a cabo directamente por el Espíritu, y las dos etapas restantes son llevadas a cabo por el Dios encarnado y no directamente por el Espíritu. La obra de la ley que el Espíritu hizo no implicó cambiar el carácter corrupto del hombre y tampoco tuvo relación con el conocimiento que el hombre tenía de Dios. La obra de la carne de Dios en la Era de la Gracia y la Era del Reino, sin embargo, involucra el carácter corrupto del hombre y su conocimiento de Dios y es una parte importante y crucial de la obra de salvación. Por lo tanto, la humanidad corrupta está más necesitada de la salvación del Dios encarnado y está más necesitada de la obra directa del Dios encarnado. La humanidad necesita al Dios encarnado para que la pastoree, la apoye, la riegue, la alimente, la juzgue y la castigue y ella necesita más gracia y una mayor redención del Dios encarnado. Sólo Dios en la carne puede ser el confidente del hombre, el pastor del hombre, el pronto auxilio del hombre, y todo esto es la necesidad que se tiene de la encarnación hoy y en el tiempo pasado.

de ‘La humanidad corrupta necesita más que nadie la salvación del Dios encarnado’ en “La Palabra manifestada en carne”

Él se hace carne, porque esta también puede poseer autoridad, y Él puede llevar a cabo la obra entre los hombres de una manera práctica, visible y tangible para el hombre. Esa obra es mucho más realista que cualquier otra hecha directamente por el Espíritu de Dios que posee toda autoridad, y sus resultados también son evidentes. Esto se debe a que Su carne encarnada puede hablar y obrar de una forma práctica; la forma externa de Su carne no tiene autoridad y los hombres pueden acercarse. Su esencia conlleva autoridad, pero esta no es visible para nadie. Cuando Él habla y obra, el hombre es incapaz de detectar la existencia de Su autoridad; esto es incluso más favorable para Su obra práctica. Y toda ella puede obtener resultados. Aunque ningún hombre es consciente de que Él tiene autoridad ni ve que no se le puede ofender, ni ve Su ira, a través de Su autoridad y Su ira veladas, y de Su discurso público, Él consigue los resultados pretendidos de Sus palabras. Dicho de otra forma, el hombre se convence totalmente por medio de Su tono de voz, la severidad del discurso, y toda la sabiduría de Sus palabras. De esta forma, el hombre se somete a la palabra de Dios encarnado, que aparentemente no tiene autoridad, alcanzando de esta forma Su objetivo de la salvación del hombre. Este es otro sentido de Su encarnación: hablar de forma más realista y permitir que la realidad de Sus palabras tenga un efecto sobre el hombre de forma que este dé testimonio del poder de la palabra de Dios. Así pues, esta obra, si no se hace por medio de la encarnación, no obtendrá los más mínimos resultados y no sería capaz de salvar totalmente a los pecadores. Si Dios no se hace carne, se queda como el Espíritu invisible e intangible para el hombre. Este es una criatura de carne, y el hombre y Dios pertenecen a dos mundos diferentes y son de distinta naturaleza. El Espíritu de Dios es incompatible con el hombre de carne, y no se pueden establecer relaciones entre ellos; además, el hombre no puede volverse espíritu. Así, el Espíritu de Dios debe pasar a ser una de las criaturas y hacer Su obra original. Dios puede ascender al lugar más elevado y humillarse volviéndose un hombre de la creación, obrando y viviendo entre los hombres, pero estos no pueden ascender hasta el lugar más elevado y volverse un espíritu, y mucho menos descender hasta el lugar más bajo. Por tanto, Dios debe hacerse carne para llevar a cabo Su obra. Como en la primera encarnación, sólo la carne de Dios podía redimir al hombre a través de Su crucifixión, mientras no era posible que el Espíritu de Dios fuera crucificado como una ofrenda por el pecado por el hombre. Dios podía hacerse carne directamente para servir como una ofrenda por el pecado para el hombre, pero este no podía ascender directamente al cielo para tomar la ofrenda por el pecado que Dios había preparado para él. Así, Dios debe viajar de aquí para allá entre el cielo y la tierra, en lugar de dejar que el hombre ascienda al cielo para tomar esta salvación, porque el hombre había caído y no podía ascender al cielo, mucho menos obtener la ofrenda por el pecado. Por tanto, era necesario que Jesús viniera entre los hombres y realizara personalmente la obra que estos simplemente no podían cumplir. Cada vez que Dios se hizo carne, fue absolutamente necesario que lo hiciera. Si el Espíritu de Dios hubiera podido llevar a cabo directamente cualquiera de las etapas, no habría soportado las indignidades de ser encarnado.

de ‘El misterio de la encarnación (4)’ en “La Palabra manifestada en carne”

Lo mejor de Su obra en la carne es que Él puede dejar palabras y exhortaciones exactas y Su voluntad precisa para la humanidad para los que lo siguen, para que después Sus seguidores puedan, de una manera más exacta y más concreta, transmitir toda Su obra en la carne y Su voluntad a toda la humanidad para los que aceptan este camino. Sólo la obra de Dios en la carne entre los hombres logra realmente el hecho de que Dios esté y viva junto con el hombre. Sólo esta obra cumple el deseo del hombre de contemplar el rostro de Dios, de ser testigo de la obra de Dios, y de escuchar la palabra personal de Dios. El Dios encarnado da fin a la época cuando sólo la espalda de Jehová aparecía a la humanidad y también concluye la época en que la humanidad tenía la creencia en el Dios ambiguo. En particular, la obra del último Dios encarnado trae a toda la humanidad a una época más realista, más práctica y más agradable. Él no sólo concluye la época de la ley y la doctrina; de mayor importancia aún, revela a la humanidad un Dios que es real y normal, que es justo y santo, que abre la obra del plan de gestión y demuestra los misterios y el destino de la humanidad, que creó a la humanidad y da fin a la obra de gestión y que ha permanecido oculto por miles de años. Da fin por completo a la época de ambigüedad y concluye la época en la que toda la humanidad deseaba buscar el rostro de Dios pero no era capaz de hacerlo, termina la época en la que toda la humanidad servía a Satanás y guía a toda la humanidad hasta el final a una era completamente nueva. Todo esto es el resultado de la obra de Dios en la carne en vez de la del Espíritu de Dios. Cuando Dios obra en Su carne, los que lo siguen ya no buscan y andan a tientas por esas cosas vagas y ambiguas y dejan de adivinar la voluntad del Dios ambiguo. Cuando Dios esparce Su obra en la carne, los que lo siguen transmitirán la obra que ha hecho en la carne a todas las religiones y denominaciones, y van a comunicar todas Sus palabras a oídos de toda la humanidad. Todo lo que escuchen los que reciban Su evangelio van a ser los hechos de Su obra, van a ser las cosas que el hombre personalmente haya visto y escuchado y van a ser hechos y no rumores. Estos hechos son la evidencia con los cuales Él esparce la obra y también son las herramientas que usa para esparcir la obra. Sin la existencia de los hechos, Su evangelio no se esparciría a todos los países y a todos los lugares; sin los hechos sino sólo con las imaginaciones del hombre, Él nunca podría hacer la obra de conquistar todo el universo. El Espíritu no es palpable para el hombre y es invisible para el hombre, y la obra del Espíritu es incapaz de dejarle al hombre cualquier otra prueba o hechos de la obra de Dios. El hombre nunca contemplará el verdadero rostro de Dios y siempre creerá en un Dios ambiguo que no existe. El hombre nunca contemplará el rostro de Dios ni nunca escuchará las palabras que Dios habló personalmente. Las imaginaciones del hombre son, después de todo, huecas y no pueden reemplazar el verdadero rostro de Dios; el carácter inherente de Dios y la obra de Dios mismo el hombre no las puede imitar. El Dios invisible en el cielo y Su obra sólo pueden ser traídos a la tierra por el Dios encarnado que personalmente hace Su obra entre los hombres. Esta es la manera más ideal en la que Dios se aparece al hombre, en la que el hombre ve a Dios y llega a conocer el verdadero rostro de Dios, y esto no lo puede lograr un Dios no encarnado.

de ‘La humanidad corrupta necesita más que nadie la salvación del Dios encarnado’ en “La Palabra manifestada en carne

La única manera de evitar el desastre

Por Chaotuo, provincia de Hubei

Desde el terremoto del 12 de mayo en Sichuan, siempre he tenido miedo y me ha preocupado que algún día pudiera golpearme el desastre. En particular desde que veo que los desastres van en aumento y los terremotos son cada vez más frecuentes, mi miedo a una muerte inminente se ha vuelto aún más pronunciado. Como resultado, paso días enteros sopesando las precauciones que debería tomar para protegerme si se produjera un terremoto.

Un día, durante el almuerzo, la hermana de mi familia anfitriona encendió la televisión como de costumbre, y el conductor del noticiero hablaba precisamente de medidas de seguridad frente a terremotos. En caso de terremoto, debes salir corriendo a un espacio abierto para evitar resultar herido por un edificio que se derrumbe. Si no puedes evacuar a tiempo, debes esconderte bajo una cama, una mesa o en un rincón… Después de escuchar aquello, me sentí como si hubiera encontrado una solución salvavidas y pronto memoricé aquellas medidas de precaución para poder salvar mi vida si se producía un terremoto. Después de comer volví a mi habitación y examiné cuidadosamente el interior y el exterior de la casa. Me sentí muy decepcionada por lo que vi: había un montón de trastos bajo la cama y no quedaba espacio para esconderse. Al mirar fuera de la casa, todos los edificios a cien metros de donde estaba eran de cinco o seis plantas y estaban muy juntos. Aunque consiguiera salir de mi edificio probablemente muriera aplastada. Parecía que cumplir con mis deberes allí resultaba demasiado peligroso. Tendría que esperar a que la líder del distrito fuera allí y me trasladase a una familia anfitriona en el campo. Así, si llegara a producirse un terremoto, sería más fácil salir corriendo a un espacio abierto. Pero de pronto se me ocurrió que mi trabajo corrigiendo artículos conllevaba principalmente permanecer en el interior. Incluso viviendo en el campo, mi vida seguiría en peligro. Para eso podía decirle a la líder del distrito que me trasladase a un equipo de evangelización. Así al menos podría pasar todo el día fuera y sería más seguro que quedarme en casa. Lo único que ocurría era que no sabía cuándo vendría la líder del distrito. Por el momento, todavía necesitaba preparar un refugio. Y así vivía atemorizada cada día y era incapaz de concentrarme en corregir mis artículos.

Entonces, un día, leí el siguiente pasaje en “Deberías preparar suficientes buenas obras para tu destino”: “Cuando llegue el desastre, el hambre y la peste caerán sobre todos aquellos que se oponen a Mí y llorarán. Quienes hayan cometido toda clase de maldades pero que me hayan seguido durante muchos años no escaparán a la acusación; ellos también vivirán en un constante estado de pánico y miedo en medio de la catástrofe que apenas se ha visto a lo largo de las épocas. Y todos Mis seguidores que han sido leales a Mí y a ningún otro, se regocijarán y aplaudirán Mi grandeza. Ellos experimentarán una alegría inefable y vivirán en un júbilo que Yo nunca antes he otorgado a la humanidad”. “En cualquier caso, espero que preparéis suficientes buenas obras para vuestro propio destino. Entonces Yo me sentiré satisfecho; de lo contrario, ninguno de vosotros escaparéis del desastre. El desastre se origina en Mí y, por supuesto, Yo lo orquesto. Si no podéis parecer buenos a Mis ojos, entonces no escaparéis de sufrir el desastre” (“La Palabra manifestada en carne”). Las palabras de Dios me hicieron despertar. Resulta que Dios provoca los desastres, que emanan de Él. Dios quiere utilizar los desastres para destruir esta raza humana malvada y corrupta. Esto es lo que Dios desea hacer en los últimos días. Los gentiles no lo saben y creen que son desastres naturales. Por eso utilizan métodos humanos y esfuerzos humanos para salvarse cuando se enfrentan al desastre. Creen que pueden evitar la devastación que provocan los diversos desastres haciendo esto. Y yo, que era ignorante, creía en Dios pero no conocía Su obra en absoluto. Pensaba que todo lo que tenía que hacer era seguir las medidas de precaución de los gentiles y que escaparía del sufrimiento que acarrean los desastres y sobreviviría. En verdad, ¡era absurdo que sostuviera el mismo punto de vista que los gentiles! ¿No debería haber sabido que si las personas no cumplen con sus obligaciones fielmente y no realizan buenas obras, no serán consideradas buenas a los ojos de Dios? Independientemente de lo fuertes que puedan ser los humanos y de lo avanzadas que puedan ser sus medidas de precaución o de lo perfectos que sean sus planes de rescate, al final no hay escapatoria a los desastres que Dios arroja sobre el hombre. Basándose en mis variadas respuestas a la amenaza del desastre, resultaba evidente que no tenía fe real en Dios. No comprendía realmente Su obra en los últimos días ni Su omnipotencia y soberanía. No tenía ni idea de a quién tiene intención de destruir Dios en los desastres ni de a quién desea salvar. Tampoco me percataba de que en los desastres, sólo quienes son fieles a Dios y han preparado suficientes buenas obras son aquellos que se salvan en la calamidad. Por tanto, cuando la amenaza del desastre se cernía sobre mí, en lugar de reflexionar sobre si había preparado buenas obras y de si era fiel a Dios, buscaba la verdad y había recibido Su salvación, pasaba todo mi tiempo sopesando maneras de salvarme. ¡Sin la verdad, nos volvemos así de patéticos!

Durante el tiempo de Noé, cuando Dios destruyó la tierra con el diluvio, porque Noé era temeroso de Dios y se mantenía alejado del mal, construyó el arca de acuerdo con la voluntad de Dios, se lo gastó todo a petición suya y demostró su lealtad absoluta. Dios lo consideró bueno. Por lo tanto, cuando llegó el desastre, los ocho miembros de su familia fueron salvados. En ese momento recordé aquello de lo que habla “Comunicar y predicar acera de la entrada a la vida”: “Si no preparas buenas acciones, cuando acaezca el desastre, tu corazón vivirá en el pánico todo el día. Sin buenas acciones, el corazón del hombre no siente consuelo y este no tiene autoconfianza ni paz de espíritu. Porque no ha preparado buenas obras, no hay verdadera paz ni gozo en su corazón. Los malhechores tienen remordimientos de conciencia y son malvados de corazón. Cuantas más maldades llevan a cabo, más culpables se sienten y más temerosos se vuelven. Si quieres reconfortar tu corazón y darle paz cuando llegue el gran desastre, tienes que hacer más el bien y preparar más buenas acciones ahora. Sólo entonces sentirás paz y consuelo en tu corazón cuando acaezca el desastre” (‘El significado importante detrás de preparar buenas obras’ en “Sermones y enseñanzas sobre la entrada en la vida II”). Al pensar en lo intranquila y nerviosa que me había sentido todo el día, temerosa de mi propia muerte en un desastre, me di cuenta de que se debía a que no había cumplido fielmente con mi deber y a que no había preparado ninguna buena acción. Al cumplir con mi deber, nunca había asumido verdaderamente la carga de las tareas que me habían sido encomendadas por la iglesia. Nunca había cumplido con mis obligaciones con el corazón fiel a Dios. En lugar de ello, había engañado a Dios y había tratado con Él desde la indulgencia de la carne. No hacía mucho con los artículos que me enviaban, sino que los corregía de forma descuidada y únicamente buscaba completar mi tarea. Cuando veía lo desorganizados que estaban los artículos escritos por mis hermanos y hermanas, no los guiaba ni los ayudaba diligentemente, sino que escribía unos cuantos comentarios sin importarme si los entendían o si les servirían de ayuda. En lugar de eso, les devolvía los artículos a toda prisa y, después recibía cada vez menos artículos para editar. Como resultado, el trabajo editorial prácticamente se detuvo. Aun así, yo no reflexioné acerca de mis acciones ni intenté identificar y rectificar la causa del problema, sino que culpé a la líder afirmando que los problemas surgieron porque ella no le daba importancia al trabajo editorial. ¿Cómo pretendía satisfacer a Dios con semejantes actos y así sentir consuelo en mi corazón? De esta manera, ¿cómo podía Dios considerarme buena? Si sigo por ese camino y no busco la verdad como es debido, si no soy fiel a aquello que me ha confiado la iglesia y no preparo las buenas acciones suficientes, seguro que seré incapaz de escapar a la ira del castigo de Dios a los malvados, aunque siga esas precauciones establecidas por las personas mundanas para cuando acontece el desastre.

Gracias a Dios por guiarme y abrirme la mente para permitirme comprender que sólo cumpliendo con mi obligación debidamente y realizando suficientes buenas acciones podré ganarme la salvación del sufrimiento que acarrean los desastres y escapar con vida. Esta es la única manera. En el futuro, deseo buscar la verdad correctamente, ser tan fiel como pueda al cumplir con mis obligaciones y preparar suficientes buenas acciones para satisfacer a Dios.

Jesucristo viene ya, ¿Cómo debemos recibirlo?

Xiao Fei

Cuando empecé a creer en el Señor, a los hermanos y hermanas les gustaba cantar un himno titulado “Nuestro amado llama a la puerta”, que dice así: “Nuestro amado llama a la puerta con el cabello húmedo por el rocío; levantémonos rápidamente a abrir la puerta para que nuestro amado no se dé la vuelta y se marche…”. Cada vez que empezábamos a cantar este himno nuestro corazón se conmovía y agitaba profundamente. Todos queríamos pedirle a nuestro amado que se quedara a pasar la noche y, cuando viniera a llamar a la puerta, queríamos ser los primeros en oír la voz del Señor y recibirlo. Podría decirse que todos los que creemos en el Señor conservamos esa esperanza. Sin embargo, cuando venga el Señor, ¿cómo llamará a la puerta? Cuando llame el Señor, ¿qué hemos de hacer para recibirlo? Esto es algo que todo creyente en el Señor debe meditar en profundidad.

 

Cuando vino el Señor Jesús a realizar la obra de redención en la Era de la Gracia, por todo el territorio de Judea se difundieron las noticias de los milagros obrados por el Señor, así como Su palabra. Su nombre también causó una gran conmoción en todos los territorios judíos y, para la gente de la época, el Señor Jesús que guiaba a Sus discípulos para que predicaran el evangelio del reino celestial allá donde fueran era el Señor que llamaba a su puerta. El Señor Jesús manifestó: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). El Señor espera que las personas se presenten ante Él para arrepentirse y confesar sus pecados. Con ello recibirán la absolución de sus pecados, el hombre se liberará de la maldición y condena de la ley, y Dios lo redimirá. En aquel tiempo, muchos judíos presenciaron los milagros llevados a cabo por el Señor Jesús. Asimismo, se percataron de la autoridad y el poder de la palabra del Señor, de tal envergadura que pudo alimentar a 5000 personas con cinco panes y dos peces. Con una sola palabra, el Señor Jesús también pudo calmar el viento y el mar y hacer que Lázaro se levantara de la tumba cuando llevaba cuatro días muerto… Todo cuanto decía el Señor Jesús se cumplía y realizaba, con lo cual comprobamos la autoridad y el poder de la palabra del Señor. Las palabras con las que el Señor Jesús enseñaba a la gente y las que empleaba para reprender a los fariseos eran la verdad, no unas palabras que los seres humanos seamos capaces de proferir. Las palabras del Señor Jesús y las cosas que hacía revelaban el carácter de Dios y lo que Dios tiene y es. Manifestaban la autoridad y el poder de Dios y hacían temblar el corazón del hombre. Podría afirmarse que los judíos de aquella época ya habían oído que el Señor estaba llamando, pero ¿qué consideración le dieron al Señor?

Los sacerdotes, escribas y fariseos judíos de aquel tiempo tenían claro que la totalidad de las palabras y de los milagros del Señor Jesús provenían de Dios, pero en absoluto tenían un corazón que venerara a Dios. No buscaban ni investigaban la obra del Señor Jesús; por el contrario, se limitaban a aferrarse a pies juntillas a las palabras de las profecías bíblicas, creyendo que el que habría de venir se llamaría Emmanuel o Mesías y nacería de una virgen. Al ver que María tenía un esposo, concluyeron que el Señor Jesús no era la inmaculada concepción del Espíritu Santo ni había nacido de una virgen. Asimismo, juzgando de forma arbitraria, afirmaron que el Señor Jesús era hijo de un carpintero y nada más que una persona totalmente corriente. Utilizaron estos juicios para negar y condenar al Señor Jesús. Incluso llegaron a blasfemar contra Él y a alegar que expulsaba a los demonios por Belcebú, príncipe de los demonios. Acabaron confabulándose con el Gobierno romano para crucificarlo. La mayoría de los judíos creían que el Señor Jesús debería haber nacido en un palacio, que sería su rey y los lideraría para echar al régimen romano. Cuando los fariseos difundían rumores y calumnias y condenaban al Señor Jesús, ellos obedecían ciegamente sin el menor discernimiento. Entre la salvación del Señor Jesús y las calumnias que decían los fariseos, la mayoría de los judíos optaron por hacer caso a las falsedades y rotundas mentiras de aquellos y rechazar el camino predicado por el Señor Jesús. Cuando el Señor llamó a su puerta, le bloquearon el acceso a sus corazones. Tal como expresó el Señor Jesús: “Y en ellos se cumple la profecía de Isaías que dice: ‘Al oir oireis, y no entendereis; y viendo vereis, y no percibireis; porque el corazon de este pueblo se ha vuelto insensible y con dificultad oyen con sus oidos; y sus ojos han cerrado, no sea que vean con los ojos, y oigan con los oidos, y entiendan con el corazon, y se conviertan, y yo los sane’” (Mateo 13:14–15). Como se negó a escuchar la voz del Señor y no aceptó Su obra de redención, el pueblo judío perdió la ocasión de seguir al Señor Jesús. A consecuencia de su oposición a Dios, recibió Su castigo, que le acarreó a la nación de Israel dos mil años de subyugación. Por el contrario, los discípulos que siguieron al Señor Jesús en aquel tiempo, como Pedro, Juan, Santiago y Bartolomé, tenían un corazón amante de la verdad. No se amparaban en sus nociones y fantasías en sus consideraciones sobre la palabra y la obra del Señor Jesús, sino que buscaban concienzudamente, las estudiaban con detenimiento y recibían el esclarecimiento del Espíritu Santo. Oyeron la voz de Dios y reconocieron que el Señor Jesús era el Mesías que había de venir, por lo que fueron al compás de las huellas del Señor y recibieron Su salvación. Es evidente que el fracaso de los fariseos y los judíos radicó en el hecho de que se basaron exclusivamente en el sentido literal de las profecías bíblicas para entender y reconocer la manifestación y obra de Dios. En consecuencia, eran personas que creían en Dios, pero se oponían a Él. Con ello comprobamos que si aquellos que creen en Dios consideran la nueva obra de Dios en función de sus nociones y fantasías, no sólo no podrán recibir la venida de Dios, sino que, además, se convertirán muy fácilmente en creyentes en Dios opuestos a Él. ¿Cuán lamentable sería eso? El Señor Jesús declaró: “Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos. […] Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados” (Mateo 5:3,6). En este punto entendemos que solamente podemos recibir el regreso del Señor si somos capaces de ser como por ejemplo Pedro y Juan, de tener un corazón sediento y hambriento de justicia cuando oigamos la voz del Señor y de buscarla e investigarla activamente.

En la actualidad, las profecías de la segunda venida del Señor se han cumplido en lo esencial. Cuando vuelva el Señor en los últimos días, debemos estar más vigilantes y preparados, prestar atención a la voz de Dios y tener un corazón que busque y tenga sed de justicia para aguardar la llamada del Señor a nuestra puerta, que podría llegar en cualquier momento. Esta es la única manera en que podemos recibir la segunda venida del Señor. El Señor Jesús dijo: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar. Pero cuando El, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad,” (Juan 16:12–13). Y en Apocalipsis, capítulos 2 y 3, se profetiza en numerosas ocasiones que: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. En la Biblia apreciamos que, cuando regrese el Señor Jesús, expresará Su palabra y realizará una nueva obra. Esta es la llamada del Señor a nuestra puerta: el Señor llama con Su palabra a la puerta de nuestro corazón. Todos los que oyen las palabras del Señor, buscan activamente y escuchan Su voz con atención son las vírgenes prudentes. En cuanto reconocen la voz del Señor son capaces de recibir Su regreso y de aceptar el riego y la provisión de la palabra de Dios. Con ello se cumple la palabra de Dios: “Y aun sobre los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en esos días” (Joel 2:29). El Señor es fiel y seguro que esta vez permitirá que oigan Su voz todos aquellos que lo anhelan y buscan. Sin embargo, es difícil que los seres humanos comprendamos la sabiduría de Dios y la manera en que el Señor llamará a la puerta a Su regreso no será como nos parece en nuestras nociones y fantasías. Quizá alguien nos avise “¡Ha regresado el Señor!”, tal como nos advirtió el Señor Jesús: “Pero a medianoche se oyó un clamor: ‘¡Aquí está el novio! Salid a recibirlo’” (Mateo 25:6). También es posible que oigamos la voz de Dios proveniente de las iglesias que difunden el evangelio del regreso del Señor o a través de Internet, la radio, Facebook u otro medio, y que veamos que Dios habla a todas las iglesias. Pese a ello, sea cual sea la manera en que el Señor llame a nuestra puerta, de ningún modo hemos de dar a Su llamada la misma consideración que le dieron los judíos. No debemos negarnos a buscar e investigar Su llamada basándonos en nuestras nociones y fantasías; menos aún hacer caso ciegamente a las mentiras y los rumores y creérnoslos. Al hacerlo rechazaríamos la llamada del Señor y perderíamos la oportunidad de recibirlo y ser elevados al reino celestial. El Apocalipsis lo profetiza: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). El Señor Jesús señala: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7). La voluntad del Señor es que todos lleguemos a ser vírgenes prudentes y velemos siempre para escuchar Su voz. Cuando oigamos la voz del Señor hemos de examinarla con una mentalidad abierta y estudiarla con ahínco, y cuando reconozcamos la voz de Dios debemos salir a toda prisa a recibir al Señor. Mientras tengamos un corazón de búsqueda, no cabe duda de que Dios nos abrirá los ojos del espíritu. Así podremos ser elevados ante el trono de Dios ¡y asistir al banquete del Cordero!

¡Toda la gloria le pertenece a Dios!

Scripture quotations taken from LBLA Copyright by The Lockman Foundation